Cultura

Acepto, señor juez

Mucha gente se casa en estos meses. JORGE CARBALLO
Mucha gente se casa en estos meses. JORGE CARBALLO

Tiempo de casamientos. Por alguna razón, de seguro no ajena a las facilidades propias del verano, mucha gente se casa en estos meses. Vemos los almacenes constelados de mesas de regalos, siempre útiles para dejar en claro cuánto invirtió tal o cual asistente en dar prueba fehaciente de su aprecio. Y es que no hay en las bodas tema tan recurrente como el presupuesto. Desde el primer momento de la planeación, casi todo se mide en pesos y centavos, más todavía si estos han de tornarse objeto de jactancia. Quisiera uno dejar la mejor impresión en la gente que invita, aun si todo parece conspirar en contra de propósito tan noble, pero nunca sabrá quiénes y cómo le vituperaron.

“¡Quinientos invitados!”, me dijo alguna vez una mujer soberbia y acaso desdichada cuando le pregunté por el día de su ya lejana boda. Tal parece que el número de convidados hace las veces de unidad de medida entre los matrimonios de postín. Valdría creer que así se evitan los despechos de quienes de otro modo no habrían alcanzado invitación, pero ocurre que un gran despliegue de recursos suele multiplicar inquinas y murmuraciones que, dichas por lo bajo, son un gran condimento para la ocasión. Por otra parte, si piensas que invitaste a la gran mayoría de tus amigos, parientes, colegas y conocidos, la verdad es que siempre serán más quienes se consideren despreciados. Pues entre más invitaciones haya, más gente se creerá con derecho a ser parte del bodorrio. No faltan, para colmo, quienes piden varios boletos extra para sus invitados y no perdonarán que se los niegues. Antes de demostrar cuánto te quieren, necesitan que pruebes cuánto los quieres tú.

De más está decir que las bodas pequeñas son un magneto fácil para los rencores. “Estarán nada más los que tengan que estar”, concuerda la pareja a la hora de hacer la lista de invitados y obligarse a purgar a varias amistades que en buena parte dejarán de serlo. “Pobres”, dirán algunos, “no han de tener en qué caerse muertos”. ¿Y qué decir de aquellos engreídos que piensan que el boleto les otorga derecho a darle el revisón a tu mamá, entre otras insolencias que deberían valerles ser echados a patadas de ahí?

No es raro que incontables historias de aventuras culminen a la orilla de un altar, donde supuestamente a los protagonistas les aguarda una dicha inagotable. Muy lejos de esta y otras supercherías, me casé hace seis años en Las Vegas, sin un solo invitado a la ocasión, y el fotógrafo fue nuestro testigo. Unos días atrás, habíamos salido de Tijuana, cruzado la frontera por nuestro propio pie y rentado un bonito Mustang convertible que a mi entender hacía las veces de corcel. No queríamos estar en el centro de algún magno espectáculo, sino solos a modo de amantes furtivos, y en lo posible de espaldas al mundo. Achicharrados por el sol del desierto de Mojave, llegamos a Las Vegas canturreando canciones de José José, invadidos por el gozoso sentimiento de consumar una gran travesura, de la que éramos cómplices solamente ella y yo.

“Voy a darles un regalo anticipado”, nos dijo el policía, tras detenernos por correr en exceso, y nos dejó seguir camino a la capilla. No hubo Marcha Nupcial, ni regalos, ni arroz. En vez de eso, escuchamos las voces de Javier Solís –He sabido que te amaba–, Engelbert Humperdinck –There´s a Kind of Hush– y Astrud Gilberto –Fly Me to the Moon– y encontramos hondamente romántico devorarnos un sushi entre los dos, antes de que en el bar cerraran la cocina. Lo habíamos hecho todo legalmente, pero acá entre nosotros sigo creyendo que me la robé.

Escribo estas palabras en nuestro aniversario. De entonces para acá, Adriana me ha quitado varias mañas idiotas y le ha crecido horrores la hermosura. Es decir que en mis sueños me la sigo robando cuando todo está oscuro y Javier Solís canta y nadie más nos ve. 


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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