Cultura

El lugar para contemplar

Alguna falla en mi educación estética o en mi formación profesional, me ha impedido gozar o simplemente buscar como cualquier otro aficionado de las artes escénicas en general, del teatro y la danza; me gusta leer la literatura dramática, así como escuchar la música que acompaña a la danza en cualquiera de sus versiones, ballet, contemporánea, folclórica, popular, etcétera. Mi excusa favorita es que, por lo común, las compañías locales, de danza o de teatro, de las más formales a las que se crean por el puro placer de hacerlo, no son tan buenas como para lograr atraerme y convertirme en su asiduo seguidor, lo cual, sin duda, solo es parcialmente cierto (hay buenos y malos como en todo) y mi falta de afición es más una cuestión personal que un bajo nivel en sus creadores y ejecutantes.

Apunto a vuela pluma que Monterrey fue, a lo largo de una buena parte del siglo XX, un gran aficionado al teatro, me atrevería a decir que, quizás, haya sido la primera manifestación artística que tuvo el favor del público (antes que las artes plásticas incluso), así como un buen número de fervientes seguidores, ¿en qué otra ciudad se le pondría a una sala de teatro el nombre de una diva, María Tereza Montoya? Lo mismo sucede con el teatro de la Nena Delgado, y cuando se levantó la Gran Plaza, allá por los años 80 del siglo pasado, no se pensó en un museo de arte como eje urbano, sino en un teatro, el Teatro de la Ciudad. Algo parecido podría decirse respecto a la música y el especial atractivo que tiene para los regiomontanos.

La natural asociación de ambas manifestaciones con la literatura es parte de ese éxito del que hablamos, pues desde muy temprano, en el siglo XIX, encontramos ya autores teatrales, y ni qué decir de la crítica literaria que, igual en siglo pasado, logró llegar a sostener suplementos semanales independientes; algunos de los que en estos espacios se formaron y se empezaron a dar a conocer llegaron a ser reconocidos nacionalmente, lo mismo que hemos tenido directores y actores de teatro que han trascendido y, con mucho, los escenarios locales.

El término teatro es una adaptación de θέατρον, théatron, que significa algo así como lugar para contemplar, es decir, el teatro es ese espacio público al que se acude con la finalidad de contemplar algo (para algunos se va a contemplar como aprendizaje, como desahogo, como festejo o celebración). Por otra parte, es importante considerar la que ahora, pensándolo bien, se revela como una estrecha similitud entre el teatro y la fotografía, pues ambos medios le brindan al espectador un determinado punto de vista para que observe mejor o desde otro ángulo el tema en cuestión (¿no es acaso lo mismo que esperamos del cine?).

Posiblemente más que en cualquier otro momento, hoy en día la fotografía se acerca más al teatro en el sentido de “montar”, “llevar a escena”, “producir el contenido…”, de aquello que se convertirá en una imagen, pensemos en una Cindy Sherman, los retratos de Annie Leibovitz, o el trabajo desarrollado por Erwin Olaf o Joel-Peter Witkin, e incluso las inquietantes imágenes de Roger Balen o Gregory Crewdson, y lo mismo podríamos citar en México a los hermanos Montiel Klint, Cannon Bernáldez, Dulce Pinzón, Adela Goldbard, Tatiana Parcero, en todos los casos, sus fotografías son cuidadosos arreglos escenográficos, como cualquiera que estuviera preparando un director de teatro.

Pero hay una forma más de relación entre la fotografía y el teatro, me refiero a la fotografía escénica, un género periodístico independiente que si bien su primer nicho natural son las páginas de periódicos y revistas, rápidamente ha evolucionado hasta convertirse en una difícil y sobre especializada práctica. Entre nosotros, Érick Estrada fue de los primeros en atreverse con la escena local, le siguió Juan José Cerón y quien los ha relevado con mayor interés y verdadera pasión por el teatro ha sido Enrique Gorostieta.

Este año que inicia, como lo ha venido haciendo desde hace tiempo, este fotógrafo da a conocer su Calendario Teatral 2024, con 12 de sus trabajos del año pasado que cubren lo mejor, a su parecer, de la actividad escénica en la ciudad y algunas otras plazas. El calendario es por demás meritorio, uno, porque da la oportunidad de recordar lo que aquí se presentó, contribuyendo a la memoria colectiva de la ciudad. Dos, difunde la imagen del trabajo realizado no solo por los actores y directores de las obras que ha retratado, sino también de escenógrafos, iluminadores y responsables del vestuario. Y tres, finalmente ha encontrado un buen medio para dar a conocer su trabajo, tan bueno como cualquier otro fotolibro de autor.

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Xavier Moyssén Lechuga
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