Justo por los días en que se exigía con furia la cancelación del comediante mexicano, fui por unos de pastor a la taquería de la colonia. Todo código postal mexicano debe tener una farmacia o lo que sea donde se pueda conseguir omperazol, una ventanita para comprar cheves a pesar de la ley seca y un local de tacos al pastor. Cuando llegué, la televisión estaba puesta en un canal de señal abierta que transmitía programas cómicos de hace 20 años, hasta la madre de personajes afeminados. Derbez, entre ellos. La señora apenas si podía coordinarse a sí misma, distraída entre la pantalla, tomarme la orden y aguantarse las ganas de mear de tanta risa que le provocaban los skteches de los gays meneándose de aquí para allá con unos osos de peluche.
Ahora que la cosa ha quedado suspendida en el pasado inmediato y como un escéptico tanto del entrañable charlatán de los horóscopos como del comediante trasnochado, plagiador de las rutinas de Andrés Bustamante, solo puedo concluir que todo se trató de una intuitiva y aguda estrategia para difundir el documental Mucho mucho amor, sabiendo perfectamente que la figura de Walter Mercado no estaba arraigada en el pasado colectivo en el centro de México, con todo y sus apariciones en El calabozo. El personaje del encantador astrólogo le pertenece a la híbrida tradición cultural de Miami, donde convergen el glamur art decó con las tensiones más conservadoras de Latinoamérica, como bien lo retrata Tom Wolfe en su novela Bloody Miami, ese lugar que “No es América” pero las minorías latinas encuentran una extraña satisfacción en los protestantismo gringos. La supuesta visión adelantada no-binaria de Walter Mercado responde a ese contexto. Su opulencia, rubia y reprimida, estaban más emparentadas con las posturas de mis tías pochas, que evadían cualquier cosa que percibieran un atentado contra sus buenas costumbres. Desafiar los estereotipos, poner a temblar a la masculinidad como sugiere el documental, nunca estuvo en sus planes. Y nunca he entendido cómo alguien que prefiere hacer las paces con el clóset con tal de no alterar los convencionalismos del sistema puede ser considerado un temerario. Mucho menos icono. Ese ha sido mi pleito personal con Carlos Monsiváis.
Aun así, vi a varios chilangos jurar que amaban a Walter Mercado desde los noventa, aunque no tuvieran ni idea de El show de Paul Rodríguez o Caliente con Charlie Bravo, porque los sistemas de cable en ese entonces eran carísimos en el entonces DF en comparación con el norte. La estrategia publicitaria del documental funcionó. Porque de eso va la publicidad, de agitar nuestra memoria, vendernos emociones que no necesitamos. Y lo que hoy vende son las empoderadas ganas de sanitizar el mundo de las injusticias y la discriminación. A estas alturas, cada consigna contra la normalización de cualquier cosa a o favor del lenguaje neutro suena a eslogan de comercial incluyente. Pero les tocará a las valientes generaciones que lo promueven resolverlo o rendirse al consumo.
Es un hecho que las grandes corporaciones no cesan o cancelan a sus presentadores por una auténtica convicción moral, pues su única certidumbre es la ganancia. La vehemente y pertinaz lucha por la representación en los medios masivos, óptica bajo la cual se pretendió encumbrar a Walter Mercado, es el triunfo más fortalecido del sistema heteronormativo. La idea de que necesitamos alienarnos al estándar, vernos en sus bastidores de entretenimiento y ganancias para sentirnos realizados en utopías de igualdad sin género ni opresiones binaristas. Luego pienso que los movimientos más fascinantes de las contraculturas surgieron precisamente como respuestas terroristas ante la carencia de representación. Bandas como los New York Dolls atentaron contra las imposiciones de género desde la libertad de la marginalidad, sin pedir a gritos que los asimilaran por una sociedad condenada al aburrido fracaso del mercado libre.
Hace poco, un compa que se gana la vida de standupero, me dijo que era un chavorruco que se resistía a uno de los cambios más trascendentales de la humanidad contemporánea. Paso que no encuentro ningún cambio. Los mismos juniors que antes se burlaban de los pobres, los débiles y las minorías, ahora nos dicen a los pobres, los débiles y las minorías, qué humor es el correcto y cuál debe herirnos, como si no tuviéramos capacidad de discernir y ofendernos por nuestra cuenta. Los favorecidos de arriba tomando las riendas, antes por el poder económico, ahora por el poder que les genera su repentina conciencia editada en forma de flagelo exhibicionista.
Lo cierto es que en los barrios populares, las cosas siguen intactas.
¿Cambió en algo la situación de homofobia nacional todo el desmadre que causó el estrepitoso documental de Walter Mercado y los testimonios de Eugenio Derbez?
La señora que me tomaba la orden no era la única. Varios comensales se dejaban contagiar por las risas que les provocaban los chistes homofóbicos. Incluyendo varios jóvenes: “Mira, ese se parece a tu primo, se me hace que a ti también se te hace agua la canoa”, le dijo un bato a otro mientras le quitaba la gorra con la etiqueta puesta para luego darle un par de coscorrones. Ambos debían estar rondando los 18, si no es que menos. Desconozco en qué generación los coloca ese rango de edad.