Sociedad

Village People Sucks: es hora de romper sus discos

Village People Sucks: es hora de romper sus discos
Village People Sucks: es hora de romper sus discos

“La música disco es una enfermedad. Yo lo llamo distrofia disco. Las víctimas de esta enfermedad mortal andan por ahí como zombis. Tenemos que hacer todo lo posible para detener la propagación de esta plaga”, dijo Steve Dahl el 12 de julio de 1979, cuando el locutor de Detroit aprovechó el encuentro entre los Medias Blancas de Chicago y los Tigres de Detroit para aniquilar la música disco, de una vez por todas y para siempre. El evento fue bautizado como el Disco Demolition Night.

Dahl odiaba a la música disco. Y su repulsión que diseminada en las ondas de la Frecuencia Modulada caló en un séquito que consideraban las líneas de bajo como resortes de voces femeninas y hombres andróginos sobre rieles de orquestas mecanizadas una traición al rock and roll y a uno de sus valores elementales: la masculinidad. El locutor fue de los primeros en usar términos como prefabricados para minimizar el talento de quienes cantaban, instrumentalizaban y producían disco puro.

Era un jueves de double header night, como se les conocía a la jornada de doble partido organizada por las Grandes Ligas de Beisbol que empezaban al mediodía y terminaban poco antes de oscurecer, debido a que en ese entonces muchos estadios de USA no contaban con un sistema de iluminación suficiente como para albergar juegos nocturnos. El Chicago Comiskey Park estaba a reventar. Incluso con gente sentada en las escaleras. Tal y como Steve Dahl había ordenado en su micrófono de gran alcance, la mayoría de los asistentes llevaba un vinyl de música disco, desde sencillos, álbumes completos, ediciones de 45 revoluciones. A la mitad del partido, Dahl se apoderó del micrófono del estadio para girar instrucciones. La afición obedeció despedazandolos acetatos de música disco en mil pedazos. Los estrellaban sobre sus cabezas. Aquello escaló a niveles de disturbio. De las gradas colgaba una gigantesca manta con la leyenda : “Disco Sucks”. El escritor Peter Shapiro en su libro “Turn the beat around: the secret history of disco” dice que se destruyeron 100 mil discos y el jardín quedó inservible de peligroso.

Para Dahl y sus feligreses, la música disco es una mierda.

Pues bien, la música disco nunca ha sido una mierda. Excepto por los Village People.

Prueba de ello es su miserable desfachatez de prestarse al espectáculo neofascista de Donald Trump denominado Make America Great Again Victory Rally. Un día antes de su llegada a la Casa Blanca. Entonaron “Y.M.C.A.” conociendo las posturas abiertamente homofóbicas del presidente electo. Victor Willis, vocalista “fundador”, el oficial de marina y único miembro perteneciente a la alienación original, declaró que “Es una falsa percepción que ‘Y.M.C.A.’ sea un himno gay”. Por poco y agrega que “Macho man” habla sobre la heterosexualidad sin vasectomía y senos femeninos bajo camisetas mojadas. El mero nombre de Village People hace referencia al Greenwich Village de Manhattan que en la segunda mitad de los setenta del siglo pasado albergaba numerosos centros nocturnos para homosexuales. Como el bar gay afterhours de línea hardcore-sadomasoquista, en donde sería reclutado Felipe Rose para encarnar el rol del indio nativo-americano. Ni más ni menos.

Los Village People nacieron siendo unos farsantes. Sus inventores, los galos Henri Belolo y Jacques Morali llegaron tarde y oportunistas a la pista de baile hedonista. El día que los Village People arribaron a la industria, la música disco llevaba al menos dos lustros evolucionando desde el funk de redoble revolucionario. La supuesta frivolidad de la que se le acusaba a la música disco tenía raíces en el funk, el sonido de la Motown Records, souldy dance hall con poderosas cargas políticas de la comunidad afroamericana reclamando dignidad, respeto, presencia y orgullo, que después sería retomado por los homosexuales para redireccionar la intención hacia la diversidad sexual. Nada de eso.

Sin el fetichismo gay por los uniformes, las ilustraciones de Tom of Finland y la testosterona desviada de Rob Halford, los Village People hubieran sido como los miembros de The Partridge Family, pero en el clóset. El personaje “leather” de Eric Anzalone no es más que un plagio sin calorías de la imagen de Halford, quien al menos cinco años antes ya descolocaba la simulación moral al frente de Judas Priest a punta de lamer cuero con estoperoles, gafas de aviador y heavy metal sin pulir. En ese entonces Halford también cantaba desde el armario, pero al menos se tomaba en serio su estética. Del resto de los miembros ni me acuerdo ni me importan.

Lo cierto es que los Village People fue la primera boy band que supo capitalizar la reconfortante necesidad de asimilación de los homosexuales en una sociedad que los marginalizaba, si es que sobrevivían a la humillación o golpizas. Parodia que comercializó lo gay como un secreto a voces gracias a sus letras con doble sentido y bromas privadas. Guiños bigotones que solo los gays decodificaban. “In the navy” es básicamente un video porno gay con olor a meados. Y “Go west” es como el “Over the rainbow” de Judy Garland, pero sin condón. Un paraíso de patriarcado sodomita que los Pet Shop Boys reconquistarían años más tarde con un cover saturado de éxtasis químico.

Por mucho tiempo los homosexuales nos apropiamos de esos himnos para llevarlo al camp y desde ahí visibilizar nuestro derecho al placer y la dignidad sin regateos. Pero no más. Como sugirió el buen Ricardo Hernández Forcada, es nuestro turno de pulverizar los acetatos de Village People. Estrellar los discos con nuestras braguetas. Pisotearlos. Escupir su legado. Porque dar la espalda a los homosexuales que los hicieron famosos es una enfermedad. La homofobia recalcitrante, la derecha fanática que mete sus rezos donde nadie los pide, es una plaga. Y tenemos que hacer todo lo posible para detener la propagación de esta plaga.


Google news logo
Síguenos en
Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.