Conozco a Ali Gua Gua desde que las Ultrasónicas tenían una morra tecladista que le daba a un órgano Farfisa, del cual salían vibraciones groovy que le proporcionaban al sonido de garage rock toques de reverberaciones lisérgicas. Es decir, la conozco hace un chingo de años. Nos topamos por primera vez en las fiestas del Fadanelli, cuando vivía en la calle de San Jerónimo, del Centro Histórico, del entonces Distrito Federal y la revista Moho pateaba convencionalismos culturales, al deconstruir los modelos de las revistas literarias cuando esa palabra no estaba de moda en la pedantería de la hoy infantilizada academia y sus jardines universitarios como patios de kinder garden.
Desde entonces he seguido los pasos de Ali con la virtud que provee una amistad longeva: en los toquines de las Ultras en La Panadería o los que daba gratis al final del Tianguis del Chopo como a las dos de la tarde de los sábados. Luego con su proyecto retrofuturista de Afrodita y sus canciones que añoraban la próspera artificialidad de los helados Danesa 33 y después con las Kumbia Queers y sus sofisticadísimos covers en clave tropical a clásicos de The Cure y sí, también mucho antes que lo queer se convirtiera en el frustrante artificio como lo es en la actualidad, un recurso evasivo e indeterminado que solo se sostiene en el consumismo motivado por el furor de la parafernalia drag de los últimos años.
Esa perspectiva queer de Ali, más punk, latina, callejera y desafiante como el vandalismo ideológico de Mike Ness, echó raíces en el número 24 de la calle Dr. Andrade de la "hermosa pero complicada" colonia Doctores, como la describe la propia Ali, donde junto con su esposa Diana Juyent abrieron La Cañita, una marisquería en donde sirven las mejores micheladas cubanas de toda la CdMx y que también hace de pista de baile con DJ residentes por donde circula toda clase de géneros y que es además centro cultural. Perspectiva que atrae a un auténtico músculo queer, desde bugas hasta trans con toda la diversidad sexual que pueda existir en medio y que con varias cheves encima, nos gana el deseo en plena banqueta y eso no siempre ha sido bien visto por los vecinos. Como buenas "punks pornoterroristas", en honor al genial libro de Juyent, Diana y Ali conocen el lenguaje del barrio, los vecinos tienen descuento en La Cañita y hasta cervezas gratis.
No era la primera vez que tenían desencuentros con algunos compañeros del barrio, pero la noche del viernes 3 de mayo, el lado complicado de la Doctores mostró las encías. Un par de vecinos, conocido de la calle Uno y otro del que se decía recién había salido de la cárcel, se paró en La Cañita y demandaba cervezas gratis como si fuera obligación. Después de las de cortesía vino la negativa y tras ésta el acoso violento de uno de ellos, que hostigó a Diana exigiéndole sexo. Ella contestó que nunca iba a suceder, porque era lesbiana. Los tipos encabronados escupieron la homofobia contenida en puños de violencia y empezaron a saquear cartones de cerveza por sus huevos. Amedrentaron a los clientes, rompieron vasos, platos y parte del cuerpo de una chica que les plantó cara. Una batalla campal con heridas y sangre. Entre los parroquianos echaron a los tipos a la calle y bajaron la cortina metálica. La madrugada del domingo 5 de mayo, el toldo de La Cañita amaneció incendiado.
De momento, el matrimonio de Ali y Diana se encuentra en medio de tormentosos trámites burocráticos para levantar denuncias y exigir seguridad porque algo tienen claro: no piensan moverse del número 24 de Dr. Andrade, hoy un referente obligatorio de la diversidad sexual. Piensan dar la batalla a la homofobia, como debe de ser.
Porque la homofobia no ha desaparecido.
Recientemente leí al escritor Carlos Velázquez responder a una entrevista: "La sociedad te quiere blando. Te critican si eres violento. Pero afuera uno necesita mucho empuje para no ser avasallado. Solo las clases privilegiadas pueden exigir que la vida se mantenga dentro de una burbuja". Me acordé de todos esos que me critican cuando digo que la violencia propia de mi masculinidad tóxica me ha servido para que un par de homofóbicos se queden sin dientes, ¿qué puedo, debo, hacer? Que la violencia genera más violencia es alegato del sentido común, y con tantas armas rondando por ahí las luchas a puño limpio son especie en peligro de extinción, pero ¿cuánta más homofobia estamos dispuestos a soportar?
¿Cuándo tendremos los huevos de combatir la homofobia que respira afuera del gueto donde la tolerancia es proporcional a la capacidad de gentrificación? Ali y Diana parecen tener una amorosa y dura estrategia entre sus manos. Y pienso unirme a su lucha. Con todo y mi masculinidad tóxica que espero no les importe.
Twitter: @distorsiongay