Sociedad

Sexo y privilegio

Las ventajas de las llamadas malas influencias es que en su recurrente falta de aprobación pública, radica la remota posibilidad de hacerse de un pensamiento en constante vandalismo, lo cual es necesario cuando ciertos consensos se convierten en dogmas de fe por el hecho de ofrecer la sensación de paz espiritual que a su vez suprime los inevitables y portentosos chispazos de culpa. La prostitución de la culpa como mecanismo de purgación de la conciencia me sabe a lo mismo que el hostigamiento cristiano.

Pienso, por ejemplo, en esos activistas gays cuyo mérito es no salir a cuadro sin maquillaje y con ello acaparar el protagonismo de los eventos oficiales, que critican la brutalidad del privilegio de la masculinidad tóxica desde el asiento trasero de su auto porque hasta chofer tienen. Que no me quieran dar cátedra de homofobia internalizada cuando no pueden manejar ni su propio auto, ya no digamos subirse a un pesero o abordar un vagón de metro a horas pico.

Hay quienes sí llevan a cabo esa coherencia entre la mentada deconstrucción de género y urbanización a pie de calle, pero con trampas, cobardes y grotescas, como los desagradables videos en los que un hombre de cabellera larga, barba cerrada y garras no binarias cuya credencial del INE la valida como mujer de nombre Valentina Thelema, aborda al vagón exclusivo de mujeres y ante la incomodidad de ellas, él responde queriendo aleccionarlas de forma violenta e intimidante sobre la subjetividad de la teoría queer, como si todas tuvieran la obligación de entenderlo. Me pregunto qué hubiera pasado si Valentina se les pone igual de encabronado en la sección mixta del tren.

Hablaba sobre las ventajas de las malas influencias porque una vez me acusaron de infame por decir que me intrigaba la obra Sexo y carácter de Otto Weininger, sobre todo al saber que con tan solo 14 años, Wittgenstein había acudido a su funeral tras el suicidio de Weininger a los 23 años. Con qué cara los gays aliados de feministas y queers acusan a Weininger de asqueroso misógino por plantear observaciones desde una subjetividad caprichosa con la que repasaba a otros filósofos, cuando esos mimos gays, y sobre todo los queers de última generación, son entes subjetivados, miedosos de asumir una meta con todo y sus defectos y sexualidades, por muy colonizadoras que sean éstas. El miedo al placer y sus consecuencias también es cristiano. En momentos de desesperanza extrema, me da por pensar que los homosexuales necios en echarnos en cara su solidario feminismo, no hacen más que evidenciar una especie de machismo retorcido, el dichoso mansplanning en su versión más hipócrita. Valerie Solanas les hubiera enterrado un tenedor en la mano mínimo. Renegar del privilegio masculino untándose maquillaje y labial me hace pensar en esos convencidos que cualquier metida de pata se resuelve con un Padre Nuestro. Si por algo respeto a Gloria Davenport, es por su feminismo sin medias tintas, con metas claras que no deja espacio para las ambigüedades. Ella sí cuestiona su privilegio masculino desde la acción, como un acorde de punk que da entrada a escasos de convicciones fúricas.

Pero me vale madres: me obsesiona Otto Weininger con la misma aguda punzada que Valerie Solanas. Encuentro en ambos fatales e inspiradoras coincidencias, como la de una extrema y anárquica empatía hacia las personas de su mismo sexo que en su planteamiento romantizado hasta la homosexualidad visceral, deviene en razonamientos fundamentalistas, y que resultan chocantes para aquellos acostumbrados a lamerse sus persuasiones, a escuchar ambages autoinducidos, lo que queremos escuchar para masturbarnos con esa estar del lado correcto.

De Weininger aprendí a diseccionar mi homosexualidad sin muletillas afeminadas y de Solanas que no hay que tenerle miedo a mi propia confrontación, y que a veces el posicionamiento delirante y violento es una forma de mantenernos cuerdos en un mundo construido para la reproducción heterosexual. No es casualidad que la banda sanfranciscana de rock experimental Matmos, le haya dedicado todo un track en su álbum The Rose has teeth in the mouth of beast: “Tract for Valerie Solanas”, en el que la vocalista lee fragmentos del hoy legendario Manifiesto SCUM y cuyo estribillo recae sobre una contundente sentencia deformada por la helada frecuencia de un vocoder: “destruye todo el sexo masculino” sobre una secuencia de beats industriales y chillantes con la misma arritmia de una orquesta de cuchillos en una carnicería, respetando sonoramente el afilado antimasculinismo de Solanas.

Todo esto para recapacitar sobre el incidente del personaje de Valentina Thelema irrumpiendo en un evento feminista pensado solo para mujeres; para recordar que cuando dije que los gays deberíamos, por respeto y prudencia, dejar de entrometernos en asuntos feministas, me tacharon de mamón, hipermasculino, poco solidario. Pues bueno, ahí tienen, a un cabrón haciendo uso de su privilegio masculino para intimidar mujeres desde su afeminada conciencia que muchos celebraban. Y yo cuestiono.


Twitter: @distorsiongay

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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