Sociedad

Ruido de miel: Steve Albini y el fin de una era

En una entrevista de Criterion Collection, Silvia Pinal cuenta que para lograr el ambiente de irrespirable claustrofobia de El Ángel Exterminador, Luis Buñuel les pidió (eufemismo surrealista por supuesto) al coro de actores untarse miel y tierra por debajo de los elegantes ropones para. De algún modo, Steve Albini hizo lo mismo en los aproximadamente 1500 discos que produjo: ensuciarlos de polvo con canales abiertos por donde trasminar acordes melosos que sirvieran como gancho sin dejar de ese elevado toque de irresistible incomodidad. Es el caso de los Pixies con sus pegadizos versos o los pasajes bailables de mi adorado Jon Spencer con y sin Blues Explosion.

Como Buñuel, el resultado es la perfección descolocada.

Del poderoso imperio sonoro que construyó Steve Albini me quedo con su voz al frente de Big Black, Shellac y por supuesto Rapeman. Proyectos en cuyo minimalismo abrasivo se resume su filosofía de empolvar la consola de producción con tal de que los artistas se regodearan en su propio lodazal de ruido y grasa americana en el que hundir la virtud. Quienes lo buscaban para concretar el sonido definitivo de su álbum también perseguían la cara b del sueño americano que subvertía el valor de la pulcritud y el buen gusto. En algunos casos sólo era cuestión de afinar la distorsión como las Breeders, los siniestros Jesus Lizard y hasta Jimmy Page y Robert Plant. O el caso de Cloud Nothing ya en años recientes.

Otros querían sonar a la USA deslavada con cloro. Pienso en Mogwai, Manic Street Preachers o la PJ Harvey de sus primeros discos de brusco agarre. Los que más disfruto. Por mucho tiempo creí que PJ era gringa. Sin la mano de Albini, Polly Jean se dejó llevar por su intuición de bruja sajona más la influencia de Nick Cave que no deja de leerle la mente hasta el día de hoy.

Su genialidad no sólo fue sonora. Recuerdo como llegué a él. Hubo un tiempo en que compraba compactos tan sólo por las portadas. Y ese fue el caso de Songs about fucking de Big Black. No tenía idea de por dónde iría la música, en que año se había producido y puesto a la venta o quien diablos era Steve Albini. En 1997 la Tower Records de Pabellón Altavista en el entonces DF ponía los discos que no siguieran los acordes de guitarra tradicionales en la sección de alternativo. El álbum estaba diseñado con el morbo suficiente para hacerte voltear: la ilustración a mitad del anime japonés y la novela gráfica de una mujer bocarriba apretando los dientes para contener el impulso de gritar mientras contorsiona el cuello elevándolo al firmamento en una reacción física de doloroso éxtasis sobre un fondo verde fosforescente. En la contraportada lo que pudiera ser un sugar daddy de mirada pornográficamente diabólica y brazos gruesos trepaba sobre la espalda de lo que al parecer es la misma chica de la portada, sólo que agotada en sudoroso sometimiento.

Todo el compacto berreaba pornografía. Le quité el celofán ansioso, lo puse en el discman Phillips antes de poner un pie en las escaleras eléctricas y en efecto, aquello sonaba como el score de un video porno post industrial. Grabado en 1987, Songs about fucking sonaba a una masacre de cajas rítmicas que convulsionan al ritmo de la sangre bombeando un miembro erecto en plena acción primitiva como resortes de un colchón mugriento donde rebotan los gritos tóxicos de Albini sobre sarcasmo y lujuria masculina capaces de sonrojar al mismísimo Larry Flint. Era un disco hecho para patear conservadores y progresistas por igual. Incluyéndome. Recuerdo experimentar sentimientos contradictorios, entre ellos la culpa cuando escuchaba las bandas de Albini. En especial Rapeman de 1988 con su disco cargado de armamento incómodo al que llamó Two nuns and a pack of mule. MI cabeza no dejaba de dar giros vertiginosos de reflexión y tinnitus. Como el resto de su discografía personal, muchos se tomaron sus álbumes como ofensa personal.

“Una vez que tienes eso claro y sabes lo que piensas, no hay motivos para ser blando al hablar. Hay mucha gente que va con mucho cuidado de no decir nada que pueda ofender a ciertas personas o hacer algo que se pueda malinterpretar. No se dan cuenta de que la idea de todo esto es que debemos cambiar la manera en cómo vivimos, no el modo en cómo hablamos” le dijo Albini a Michael Azerrad para el libro Our band could be your life.

Sabiendo que el mundo nunca estaría a la altura de su inegniosa crítica a la hipocresía social, que siempre sería el chico embarazoso de las gafas redondas, en los noventa se concentró en definir la inspiración del indie rock en estado bruto. Entre muchas de sus joyas obtendría el mejor disco de Nirvana, In Utero.

En la trayectoria de Albini su olfato de incorrección política se mantuvo firme sin dejarse chantajear por la presión social. Como Buñuel, echaba mano de cierto surrealismo sonoro que desmontaba lógicas predecibles sin importar el género musical. A menudo renegaba de ser citado en los créditos de producción. Lo agregaban como ingeniero de audio a petición suya ante la insistencia de las bandas. Tener el apellido Albini en el booklet da prestigio. Nunca fue racista, homófobo y mucho menos pornógrafo desgraciado. Quizás el sarcasmo sin piedad que envolvía sus álbumes tenía muchos agujeros por donde se colaba la literalidad moral.

Falleció de un ataque al corazón el pasado 7 de mayo. Tenía 61 años. Con él también perece una era del rock ingobernable que difícilmente podrá repetirse. Al menos en el futuro inmediato. Hoy, las bandas se desviven por decir algo. A muy pocas les quita el sueño sonar a algo. Que es con lo que Albini se obsesionaba junto con su incorrección limítrofe. Esa no envejece. Songs about fucking es perfectamente cancelable para fines prácticos de las nuevas generaciones. El álbum, como el resto de la discografía de Albini esta vetada de las grandes plataformas musicales. Tan sólo disponible en Bandcamp y Youtube.


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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