Kendrick Lamar hizo un medio tiempo espectacular. Dinámico. Provocativamente racial. Subvirtiendo los simbolismos puritanamente blancos de la bandera norteamericana. Un puñetazo en la jeta a los mojigatos de Kansas City.
Pero sigo convencido que el mejor Super Bowl ha sido el de su majestad Prince.
Su intervención en el medio tiempo doblegó lo mismo a machos primitivos que se estrellan latas de cerveza en la cabeza, que porristas rubias o gays con hambre de bragueta en la pista de baile.
El estilo de Prince se fue tornando andrógino, sostenido en delgadísimos bigotes, holanes, encajes, collares más bien de hechura fina y tacones, que se volvieron un accesorio casi indispensable en su indumentaria. Por lo visto sus preferidos eran los que combinaban el estilo de tacón Mary Jane de punta aguda. En uno de los últimos paparazzis antes de su muerte se le ve a Prince en unos tacones Pepe Toe recubiertos en algo que parece ser madera subiendo les escaleras de un antro de Estocolmo con unos pantalones holgados, cuyos destellos evocaban el glamur de la Estudio 54.
Dice Simon Reynolds que “Los hombres solo pueden consolidarse a sí mismos pisoteando la femineidad, tanto que la llevan dentro de sí como la exterior. La relevancia de todo esto para el hip-hop debería volverse imparcialmente obvia. Si cantantes soul como Al Green y Prince derretían las divisiones sexuales en un mundo de goce fluido, andrógino, entonces el hip-hop congela las divisiones sexuales con dureza”.
Pero en lo que no reparó Reynolds es que la androginia de Prince nunca significó una renuncia al diálogo lleno de matices de sudoroso poder con el sexo opuesto. Porque lo más contradictorio, y majestuoso, es que Prince nunca le interesó jugar con la sospecha de las orientaciones sexuales. Porque no lo era.
Todas las actitudes lascivas de Prince eran dirigidas a chicas.
Por eso la comunidad gay voltea a los éxitos de Prince con admiración, pero también con resentimiento, pues nunca hizo guiños gays de fácil digestión. Si bien incorporaba elementos dance, también fue un virtuoso guitarrista fiel a la escuela norteamericana y como los mismos homosexuales se han encargado de demostrar por ellos mismos, el joterío se echa a correr cada que las guitarras se presentan, como si fuera el fantasma o el diablo. Basta ver como las referencias pop recientes que tienen marginado a Rob Halford, el vocalista de Judas Priest abiertamente gay.
Como todo macho que se jacta de su testosterona, sentía una fuerte atracción por el sexo opuesto. El imaginario de Prince incluía una postal en el que se le veía rodeado de modelos de tetas perfectas y tallas bulímicas y cuya estética alcanzó su orgasmos en el video de “Cream”. Estuvo casado la bailarina y cantante de ascendencia puertorriqueña Mayte García, a quien conoció durante su etapa con la New Power Generation. Después tendría un segundo matrimonio con Manuela Testolini, quien era fan de Prince y logró de hacerse un puesto en la fundación del cantante de Minneapolis. Love4OneAnother y muchos fueron los rumores que lo relacionaban con la modelo Nona Gaye y cantantes como Ananda Lewis, Carmen Electra o la misma Madonna.
Justo en estos días en los que se intenta desmenuzar los complejos códigos de los géneros, tratando de entender si las biologías genitales o las construcciones sociales son las que determinan los conceptos masculino y femenino (muchos gays están convencidos que ser afeminado es suficiente para erradicar el machismo y ser mejores personas) valdría la pena recordar al gran Prince y su afeminada obsesión sexual y exhibicionista, que supuso un desplante visual al machismo preponderante, sobre todo en los distritos del hip-hop, género que de algún modo se fue imponiendo en los charts del mainstream casi al mismo tiempo que Prince se construía su propia leyenda, que incluía una película con todos los ingredientes narcisistas y sociópatas que solo alguien como él puede darse el lujo de administrar, salir impoluto y destinarse al culto inmediato. Y no por ello renunció a una masculinidad de tendencia dominante.
Prince fue uno de los machos más afeminados de la historia del rock. En las entrevistas de televisión, las cámaras hacen acercamientos a su actitud amanerada que junto con su delicada barba, a simple vista da el gatazo de una vestida hablando de funk. Se duda más de la heterosexualidad del hipermasculino con cuerpo de combatiente en Irak de Henry Rollins que de Prince, quien de algún modo impuso las mismas reglas al mainstream pop que Juan Gabriel: hombres afeminados que se echan a la bolsa al público heterosexual, incluyendo machos bugas y homofóbicos.