En años recientes, la legitimización de los derechos ganados y aquellos muchos por conquistar, depende de qué tan capitalistamente bugas podemos ser. Por eso, frente a bullicios de homofobia como las ambiguas lecturas a la recién reforma a La Ley Estatal de Salud del Estado de Nuevo León, optamos por defender nuestro orgullo desde lo que el imaginario hetero considera respetable, como el estatus de las profesiones, la estabilidad económica que sostiene familias, la apariencia de una estabilidad afectiva y sexual, y no con todo aquello que nos hace hombres homosexuales, como el instinto de la promiscuidad, un entendimiento más horizontal e íntimo sobre las relaciones de poder y pasión entre hombres, la testosterona como una cruz tan pesada como irresistiblemente adictiva. Y me permito caer en el infame binarismo de la separación hormonal, pues no es lo mismo la situación de VIH e ITS en hombres homosexuales, que en lesbianas o trans, quienes se enfrentan a broncas que difícilmente podré aprehender en su totalidad. Qué vamos a saber los hombres cis de aborto por ejemplo, o rechazo social por identidades trans. Por eso la hipótesis de los géneros fluidos me resulta problemática, pues en mi torpe y hombruna monomanía llego a sospechar que lo fluido se reduce a la identificación del outfit, y ello puede trivializar dificultades que a otros les resulta de vital importancia.
La reforma propone una regulación detallada a la objeción de conciencia en el sistema de salud nuevoleonés que permitirá a: “Los profesionales, técnicos, auxiliares y prestadores de servicio social que formen parte del sistema estatal de salud, podrán hacer valer la objeción de conciencia y excusarse de participar en todos aquellos programas, actividades, prácticas, tratamientos, métodos o investigaciones que contravengan su libertad de conciencia con base en sus valores, principios éticos o creencias religiosas”, como dicta la reforma por adición de la fracción IV al Artículo 48 de la Ley Estatal de Salud de Nuevo León.
Retomando la respuesta que me dijo Jay Bentley, el bajista de Bad Religion, sobre lo absurdo de pensar en cumplir mandamientos religiosos escritos hace dos mil años, la redacción que pretende ser una suerte de protección al derecho de doctores y enfermeras de ejercer su jerarquía de valores y convicciones religiosas frente a situaciones médicas que conflictúen con su ética personal, resuena anacrónica. ¿Podrán aplicar esta objeción en el caso de las religiones que condenan la sodomía al infierno? De acuerdo con ONUsida, los hombres que tienen sexo con hombres sigue siendo la población que más portadores de VIH concentra. Pienso en todos esos hombres gays que me regañan por cuestionar la igualdad constitucional siendo la Constitución una norma jurídica cuyos preceptos de dignificación fueron redactados por heterosexuales. ¿Existe la dignidad homosexual? Para mí tiene que ver con hacerse cargo de una sexualidad frontal, anárquica y desesperada. Aunque luego me dicen que tal definición puede alimentar los prejuicios heteros. Puede ser. ¿Y?
Si bien la reforma hace hincapié en que no podrá aplicarse “cuando la negativa del objetor de conciencia implique poner en riesgo la salud o la vida del paciente” su redacción es ambivalente, saturada de imprecisiones que parecen intencionales con tal de recubrir las grietas por donde se cuele homofobia o misoginia en el caso del aborto, principal motivo detrás de esta reforma.
El problema de la confusa redacción no acaba ahí. Un colega que cubre la fuente en el Congreso de Nuevo León me comenta que la misma comunidad gay local no logra ponerse de acuerdo en si la reforma es homofóbica o no. Aunque desesperante, entiendo la discrepancia entre unos y otros. Si muchos homosexuales son capaces de celebrar que cualquier religión, como la católica de Suiza, dé su visto bueno a los matrimonios igualitarios, ¿por qué no han de celebrar la regulación de objeción de conciencia en el sistema de salud nuevoleonés, aunque atente con su propio derecho como sujeto homosexual? Justo la reforma a La Ley Estatal de Salud del Estado de Nuevo León promovida dentro de la Legislatura LXXV en abril pasado por el diputado Juan Carlos Leal, en ese entonces militante en Morena, de donde sería expulsado por su frontal homofobia, es un enredado ejemplo de lo temerario de luchar por derechos igualitarios bajo el rasero de lo hetero, pues seguimos permitiendo que hasta definan la discriminación hacia nosotros.
Es aquí que empiezo a sospechar que la igualdad legislativa puede ser una idealización de civilidad sensata, pero suicida. ¿Hay una salida? Quizás si empezamos a empoderar nuestra marginación sin autoflagelarnos por los prejuicios que los bugas tienen de nosotros. Pero es una reemplazo desesperado. Como en el sofocante final de El Gran Hermano de Orwell, nos hemos convencido de que las conductas bugas, con todas sus trampas de represión y doble moral como recursos de pertenencia, son la única peripecia de dignificación social, lo cual significa nuestra derrota como disidencia sexual y un triunfo para ellos y sus costumbres conservadoras, como en el caso de Nuevo León.
Twitter: @distorsiongay