Sociedad

"No-future", no homofobia

Los ochenta debió ser la peor década para los homosexuales. Recuerdo ser un niño, pero con una muy visceral conciencia de que algo en mi configuración era incorrecta, sobre todo cuando sentía que mis intestinos eran los rieles de una montaña rusa cada vez que el mejor amigo de mi padre me apretaba la mano hasta triturarla: “Nunca confíe en un hombre que no aprieta la mano”, decía. Las noticias de aquel entonces no hablaban del sida sin que la palabra gay estuviera en el mismo enunciado. Los reportajes mostraban a hombres devorados por camas de hospital, con manguerillas de plástico que salían de los brazos y la tráquea como si fueran los hilos de una apolillada marioneta, la piel lacerada y pegada a los huesos y una mascarilla sobre la nariz y los labios. Cuando los talk shows abordaban el tema, camilleros y enfermeras y hasta doctores se negaban públicamente a atender a los pacientes por miedo a contraer VIH y las golpizas a homosexuales fueron una plaga tan sangrienta y dolorosa como el desarrollo del sida.

Existieron sobradas muestras de solidaridad con los homosexuales azotados por el VIH, que cobraron importancia cuando los escándalos de sida alcanzaron a los glamorosos y millonarios miembros de la farándula. No sólo nos perseguía una sentencia de muerte, que para muchos bugas, merecíamos; su odio se había materializado en forma de virus. El aislamiento, la estigmatización, la vulnerabilidad frente a la homofobia radical, que derivaron en abusos verbales y físicos, construyeron un muro de cemento en el camino al futuro. Pero los ochenta también demostraron que los discursos de amor bien intencionados no fueron suficientes para combatir al enemigo y derribar el muro. Las acciones de dignificación tuvieron que ser más radicales y frontales e incluso violentas, tomar como punto de partida la desilusión ocasionada por el VIH/sida para asegurarnos unos cuantos respiros más en este planeta y tratar de reinventarnos un futuro que aunque pareciera a la vida después del Apocalipsis, teníamos derecho a vivirlo. Tal y como sucediera con el nihilismo del movimiento punk.

En los ochenta el futuro estaba negado a los gays y quizás por eso muchos homosexuales procuran huir de todo aquello que tenga que ver con el punk, pues uno de sus estandartes es el no-futuro y esa eventualidad nos aterra.

Cuando la ciencia logró estabilizar el VIH, los gays vivieron un periodo de relajación que quizás fueron los noventa. Después vendrían las ansias del futuro que nos fue arrebatado cuando apareció el sida, anhelarlo tal y como lo hacían los bugas, con matrimonios que garantizaran seguridad social, pensiones y herencias, derechos constitucionales ligados a cierta idea de progreso capitalista que en algún momento criticó el filósofo alemán Walter Benjamin: “…ya antes de la guerra había estratos para los que las situaciones de estabilidad no eran sino miseria estabilizada. La decadencia no es nada menos estable ni más sorprendente que el progreso”, dice Benjamin en su recopilación de ensayos Dirección Única, publicados originalmente en 1928.

Lo sucedido en Orlando fue un lamentable ejemplo de que la estabilidad sostenida en discursos presidenciales, derechos constitucionales y el anhelo de un futuro fuertemente vinculado a la noción de progreso, no son suficientes para mantenernos a salvo de la miseria de la homofobia. Mientras muchos gays celebran el supuesto progreso que significa los hashtags que promueven el amor, casi emulando el fascismo evasivo, moral e hipócrita, propio de las religiones, o que una marca de papitas lance al mercado una edición especial de arcoíris en apoyo a la comunidad gay, una horda de homofóbicos no encubren sus deseos de seguir el ejemplo del psicópata que asesinó a 49 personas al interior del club gay Pulse. En México, periódicos como La Jornada publicaron notas sobre supuestas amenazas de ataques durante la XXXVIII Marcha del Orgullo LGTBI de la Ciudad de México que se llevará a cabo el próximo 25 de junio, aunque sus organizadores, el comité IncluyeT, aseguran que “no hay amenazas reales y que la Seguridad Pública de la hoy CDMX brindará apoyo discreto, pero suficiente a los asistentes a la marcha”.

Los gays quieren futuro. Pero de momento, el destino parece voltear a otro lado.

Es tiempo de detener el tiempo y volver a negar el futuro para reinventarlo según nuestros atributos y defectos. Reescribir la historia como sucedió después de la crisis del sida. Por nuestra sobrevivencia.

Twitter: @wencesbgay

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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