Sociedad

Mamás, gays y porno: el legado de Jaime Humberto Hermosillo

Fue una tarde después de las clases de la preparatoria. Cuando estudiábamos cálculo diferencial viendo VHS de softporn. Así vi La tarea, en función doble, al lado de Bajos instintos. Pero la de Jaime Humberto Hermosillo nos dejó por mucho más hipnotizados que los revolcones de Sharon Stone y Michael Douglas. Porque además de las minifaldas de María Rojo, la aburrida corbata de José Alonso y el sexo, mucho sexo arriba de una hamaca, con posiciones complicadas que hasta ese momento no habíamos visto ni en el porno gringo buga, montado con cuerpos de típica carne mexicana, sin que el casting fuera una elección deliberada contra los estereotipos impuestos por el eurocentrismo blanco, el lente inmóvil nos calentaba de un modo audaz que Bajos instintos nunca consiguió: “Maldita sea, me dan ganas de salir de la cámara y ver lo que están haciendo”, recuerdo que exclamó alguien cuando María Rojo y Pepe Alonso discutían a gritos en otra habitación, fuera del plano.

Por si fuera poco, nos venimos enterando que los personajes de Rojo y Alonso no eran quienes decían ser. Descubríamos el significado de los giros de tuerca cuando los chiquillos aparecen a cuadro. Así era La tarea, el escándalo cinematográfico del México de 1991. Un ejercicio de pornografía vanguardista, visceral, pero nunca explícita, constante en la carrera de Hermosillo, que lo adelantaba a su tiempo, tanto en lo estético como en las historias que se atrevía a contar: gays, mujeres que protagonizan promiscuidad o su fantasía, anticipando conversaciones feministas como en la entrañable Amor libre, de 1978, con Julissa y Alma Muriel y sus pantalones a la cadera en su máximo esplendor; sida, incesto como consecuencia de sobrevalorar la maternidad. Si se pone atención, muchos encuadres de Hermosillo vaticinaban los ángulos de las webcam que predominan en el YouTube.

Fue como descubrí al gran Jaime Humberto Hermosillo, cuyo catálogo cinematográfico era transmitido en esa joya de canal por cable De Película, siempre de madrugada. Supe que la misma técnica de cámara estática fue utilizada años antes en Intimidades en un cuarto de baño, de 1989. No sé si mi favorita, pero sin dudas consentida. Con melancólico inicio acompañado de una bella y desoladora balada de Rockdrigo González, Hermosillo pone al espectador tras el espejo del baño de un genérico apartamento clasemediero. Luego nos somete sin posibilidad de escapatoria al papel de vouyeristas, cómplices en la miseria emocional de una familia mexicana que sortea sus carencias afectivas y sexuales con aspiraciones consumistas de bajo crédito, rollos de papel higiénico acolchado y clases de inglés, provenientes de un casete en irritante loop, como si se quisiera aislar los pensamientos de los miembros que invocan al suicidio como escapatoria a la asfixia que provoca atragantarse con los valores familiares, tan sublimados por la sociedad mexicana, incluyendo homosexuales, que se asumen como disidentes sexuales al mismo tiempo que celebran las conservadoras ataduras que implican la institución del matrimonio igualitario como un avance progresista.

Esa demoledora contradicción gay nacional quedó registrada para la posteridad en Doña Herlinda y su hijo, de 1985, quizás la única película del cine mexicano que, incómoda y rompemadres –esto de forma anárquicamente literal–, aterriza la homosexualidad sin autoindulgencias ni denuncias cursis, y sí mucho costumbrismo, que aplasta el pecho por su monstruoso naturalismo con el que filma la realidad de la codependencia maternal en estado de catolicismo latente y un país como el nuestro, donde no todo es la apertura de la Ciudad de México. Para prueba, el microcosmos de Guadalajara, ciudad en la que el hijo de doña Herlinda se coge a su novio mientras en el patio, el bautismo del nieto de Herlinda se lleva a cabo como sin nada, con la nuera brindando en espeluznante hipocresía moral. Con la madre del mismísimo Guillermo del Toro haciendo de la manipuladora y chinga-quedito doña Herlinda, Hermosillo dio brutal visibilidad a la homosexualidad mexicana, convirtiéndose en icono indispensable del arcoíris azteca. E influencia en la forma en que cuestioné el imaginario gay que me rodea.

Hermosillo deja un hueco que no cualquiera llenará por la autocensura de estos días. Con su muerte no faltó quién lo acusara en redes sociales de misógino, acaso por su provocadora obsesión, recurrente en su filmografía, donde la homosexualidad funciona como escape hacia una anhelada libertad frente a la opresión que genera la rutina familiar (hoy peleada hasta con los dientes por el activismo gay) dominada por mujeres, como sucede en la sangrienta El cumpleaños del perro, de 1974. Pero también una extensa y valiente carrera con más de dos docenas de películas, en las que observa, con morbosa y exquisita fidelidad, nuestros valores mexicanos, ambivalentes entre las apariencias y el deseo; que se persignan cuando pasan frente a una iglesia, estimulan con cualquier tentación apenas más grandes que nuestras nalgas propias, incompetentes y cobardes para dinamitar nuestro aprendizaje moralino. 


Twitter: @distorsiongay

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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