¿Cambió en algo todo el argüende digital que desencadenó, una vez más, el ¿Dónde jugarán las niñas? del 97 del siglo pasado? ¿El deshilachado altercado por el sencillo de “Puto”?
Fue persuasivamente curioso clavarse en el punto ciego de la discusión: que los reclamos, al menos lo que tenían que ver con puto, no tenían un objetivo claro. Es más, no había objetivo si quiera. Solo seguir masticando esa fijación victimista que de tan repetida, ya solo se queda pegada en los dientes como un triángulo de Toblerone: que puto es la normalización del sometimiento gay por parte del machismo, y que es lo último que escucha un homosexual antes de ser asesinado en el terrible contexto de un crimen de odio por homofobia, aunque de esto último no exista una investigación documentada, excepto por los casos que recaban suplementos de periodismo activista como Letra S, y una supuesta nota del diario Reforma que todo mundo cita, pero nunca aparece. Como las camisetas de Iron Maiden que todos usan, pero en su vida han escuchado el Number of the beast.
Curiosamente, el puto más reciente que acabo de encontrar, usado de un modo despectivo y humillante, vino desde las entrañas de la víscera rosa: “Pinches putos, si tuvieran una pareja estable con quién pasar las noches, no estarían poniéndonos en peligro con sus lugares de encuentro clandestinos”.
El problema es desesperante. Si bien la danza de axilas al interior de estos lugares de encuentro se da bajo el intercambio consensuado y los riesgos asumidos, el dilema, como a estas alturas ya sabemos, es la interacción social. Con el resto. La posibilidad de contagiar a seres queridos, abuelos, amigos, vecinos. Pero si los humanos somos complejos, la sexualidad gay es insalvable de su sensibilidad y testosterona. Resolver la calentura gay no es fácil. Aunque los homosexuales con parejas estables se crean con el derecho de asegurar que sí. En algunos de los comentarios alrededor de los cierres de estos sex clubs se puede leer perfectamente cómo hay quienes, tomando de pretexto el covid-19, ven en estas clausuras una oportunidad para acabar con espacios de depravación e irresponsabilidad colectiva. Los lugares de encuentro gays rompieron las reglas. Al igual que muchos bares y hasta gimnasios. Que la ley haga su trabajo. Pero el linchamiento a la sodomía siempre lleva una ventaja. Que hasta los mismos gays parecen disfrutar. Mientras los hashtags sobre Molotov incendiaban los trending topic, las noticias que narraban la clausura de los lugares de encuentro para hombres homosexuales pasaron casi desapercibidas. Así como la instintiva lógica de que la única manera de sobrevivir a la pandemia, es bajo la narrativa del orden heterosexual. Si los gays fuéramos más bugas, no habría tanto desorden. Junto a esas conclusiones, promulgadas en boca de los mismos hombres gays, la rola de “Puto” me parece inofensiva.
¿De que sirve censurar el track de “Puto” en la búsqueda de la extirpación de la homofobia, si nos siguen fincando responsabilidades morales por ejercer nuestra sexualidad en modo desviado de la heteronorma?
Podríamos estar al inicio de una nueva persecución que se gesta y podría fortalecerse en nuestras narices, mientras nos regodeamos en cruzadas con fecha de caducidad. No alcanzo a comprender cómo es que más de 20 años después sigan intentando desmantelar una polémica que ya dio lo que tenía que dar y hasta agotó las reservas. No es que los reclamos tanto de ancianos detractores (los mismos que intentaron boicotear la distribución del álbum con su revoltosa portada en los MixUp y Tower Records de 1997) como los de los nuevos jóvenes indignados, impacten en las ventas ya sucedidas y hasta despilfarradas, los discos de oro, los conciertos y las giras internacionales. Todo eso ya fue. Sin duda es de mis bandas consentidas y a la que le debo mucho, pero Molotov ya fue. Problematizar al cuarteto en la era donde Beyoncé se hace millonaria vendiendo grafías de feminismo interseccional, Taylor Swift se las da de indie y Bad Bunny se draguea, para cancelarlos y verlos caer, me parece ingenuamente anacrónico. En realidad, la insistencia de higienizar el pasado tirando estatuas y renegando de las tribulaciones normalizadas, más que una posición justiciera en busca de un mundo mejor, me parece que refleja la vacua insatisfacción del presente, que por su condición acelerada solo deja respiros para procesar nociones de la superficie. Arrancarse las pelucas por ideas popularizadas en redes sociales sin clavarse ni meterse en problemas con los fondos.