Cuando saltaron a limpiar nuestra imagen, lo hicieron con el orgullo pleno de razón: los gays no somos una moda.
Aunque hubo un tiempo en que la impusimos y hasta nos adelantamos a ella, le decíamos a los bugas cómo había que vestirse y hasta el ritmo por minuto a seguir para que se dieran cuenta que su significado de la fiesta no solo era ordinario, sino restringido de tanto pavor al placer. Eran tiempos en los que quienes querían llevar su pose de heteros vanguardistas hasta la credibilidad presuntuosa debían hundirse en el fango del sudor y la mentira y la lujuria y la gula y el hedonismo y el narcisismo de las orgías en los saunas gays, para darse una idea de por dónde sonaría el futuro cercano. Fue en esos azulejos neoyorquinos y sodomitas, sobre todo los del Man´s Country, Mark´s Baths, Mt. Morris Baths y desde luego el mítico Continental Baths donde surgieron figuras como Bette Midler y los experimentos de laboratorio con los primeros sencillos de música soul prensados en versión extended play como conejillos de india apareándose en las tornamesas, frente a un panal de hombres en toalla o sin ella polinizando el pecado, donde germinó lo que hoy se conoce mundialmente como música disco, la madre de muchas cosas eléctricas y bailables, entre ellas el house, también fundada, en su etapa maciza, por homosexuales marginales y cuyos miserables bisnietos terminaron produciendo esa pesadilla llamada circuit music.
Pero no nos amarguemos. Hablemos de cosas agradables, de cuando los gays éramos una moda y, con la bendición de Giorgio Moroder, la música disco fue el soundtrack de la dignidad gay: “La cultura disco se trató en su totalidad de romper las cadenas de la vergüenza que habían aprisionado a los hombres gay por siglos, fue una declaración salvaje contra el principio según el cual el placer sólo podía ser seguido por la culpa y el desprecio… Del mismo modo en que el soul vino a dar voz al orgullo y a la reafirmación que acompañaron la lucha por los derechos civiles, la música disco enseguida se volvió la banda sonora de este movimiento. Como el apéndice cultural del movimiento del orgullo gay, el disco fue la encarnación del ethos, el-placer-es-política, de esta nueva generación de la cultura gay que estaba harta de las redadas policiales, las leyes draconianas y la oscuridad del clóset”, sentencia Peter Shapiro en La historia secreta del disco.
Siempre he dicho que los homosexuales le debemos más al soul y al hip hop y en general a toda la herencia del ritmo nigga que a la nariz cursilienta de Barbara Streisand, pero cada quién.
Pero como decía el gran escritor y refinadísimo drag Quentin Crisp: “La moda es lo que te pones cuando no sabes quién eres”.
Y qué gran verdad. Los homosexuales dejamos de ser una moda para terminar reducidos a una minoría menguada por el espejismo de la igualdad ascética que a escondidas pide la sobreprotección.
Basta que un ex reportero de espectáculos, ex gay, ex cocainómano mitómano, ex patiño desafortunado, abra la boca para repartir su nuevo catecismo en donde compara sus pasadas orgías con una aberración, para que ponga a temblar a una gruesa fracción de gays que se han encadenado por voluntad propia a la culpa y el desprecio que nos asfixiaba hasta antes de la música disco según Saphiro. No solo eso, logró arrodillar a sus gays detractores hasta el grado de ponerlos a negar cualquier rastro de vicio y placer, “quién sabe qué clase de gay habrás sido tú, porque yo soy homosexual y la promiscuidad no es parte de mi integridad”, rezongaban orgullosos de su represión y recato. Gays que solo pueden medirse con la vara de la decencia gay, dejando a las otras homosexualidades como unos depravados que manchan la imagen del colectivo. Quizás por eso creen que personajes gays como los que aparecen en series como La casa de las flores son un reflejo de la realidad, cuando más bien es el reflejo de su aspiración moral donde segregar a los promiscuos tiene su recompensa social.
No somos una moda, pero tampoco sabemos a ciencia cierta quiénes somos y dónde queremos terminar. De aquella declaración salvaje como belicosa consigna contra la represión impuesta por siglos por la decencia hetero que recuerda Saphiro solo quedan los éxitos de la música disco, como el tema que adorna el tráiler de La casa de las flores.
Twitter: @distorsiongay
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Wenceslao Bruciaga
Monterrey /