Las protestas pacíficas Lgbttti, lejos del recinto donde se llevó a cabo la Cumbre de los Premios Nobel de la Paz en Yucatán, convergieron en la trama de la familia como única discusión manifiesta respecto a la diversidad sexual que supone la configuración no-hetero. Crónicas periodísticas relatan que los organizadores de la cumbre prohibieron el acercamiento de los contingentes arcoíris, por lo que se optó establecer un plantón en el parque La Mejorada, en Mérida: “Esta es la perfecta oportunidad para revirar sus posturas abiertamente ‘antiderechos’ e impulsar políticas que verdaderamente atiendan a todas las familias y todas las personas yucatecas, incluidas las conformadas por las personas de la población LGBT. Ojalá no la deje pasar”, se pronunció el Colectivo por la Protección de Todas las Familias de Yucatán.
Tanta repetición gramatical por esa institución llamada familia, me hizo caer en la irresponsabilidad de regresar al Family man, el álbum considerado extracurricular en la metralleta de riffs, gritos y batazos con la que hasta 1984 se había alimentado la discografía de Black Flag y que casi no escucho por lo tenebroso de sus oratorias:
“¿Quieres al hombre de familia o quieres al hombre tembloroso? Tú eliges. (Hombre de familia)”, cuchichea una mujer en tono sumiso, alejado del plano principal de la grabación, acaso temeroso. Pues bien, esto tendrás. Aquí lo tienes. Un hombre de familia. Controlando las miradas a mi manera, sin arriesgarme a un nuevo día. Un hombre de familia. Con toda la vida planeada dentro de su castillo de arena... Voy a crucificarte. Con las luces de Navidad encendidas. Hombre de familia. Santo padre. Padre en llamas. Voy a incinerarte. He vuelto casa”, recita Henry Rollins en Family man, el track con que arranca el álbum homónimo de 1984, una inquietante pieza de spoken word, en donde Rollins desmenuza, con violentos sonetos (aunque Rollins insista en que lo suyo no es la poesía métrica) el lado opresor de la familia. Era prácticamente un post adolescente cuando el entonces vocalista indujo, u obligó, subliminalmente, a que Black Flag grabara Family man, un disco experimental con tracks de spoken word por un lado, y canciones instrumentales en la cara b que fusionaban el hardcore con ecos de jazz. La portada es un clásico espantoso en la obra del legendario ilustrador y padrino visual del punk hardcore Raymond Pettibon: un hombre de familia apuntando la semiautomática en su sien mientras los niños contemplan la escena horrorizados, entre moretones y sangre y las piernas arrumbadas con zapatillas de quien debe ser la madre, ¿o la niñera?, ¿la hermana del hombre de familia a punto de volarse los sesos?, ¿por qué tendríamos que asumir que la violencia doméstica es exclusiva de los bugas?, ¿cuál es la diferencia entre los escandalosos reclamos por las facturas de un matrimonio hetero durante el desayuno y la rabia espumosa de los drags de RuPaul’s Drag Race durante los episodios de Untucked?
Esa violencia fría y palpitante, por los colores amarillo y morado que enmarcan la tragedia de la portada del Family man, funcionan como perturbada encarnación gráfica de las reaccionarias posturas de Rollins frente a los confusamente llamados pilares de la sociedad, incluyendo su punto de partida más valioso: la familia y sus sistemas de pautas básicas, límites subjetivos y problemáticos roles que en conjunto, son propensos a un pequeño caldo de tiranía hirviendo en el calor del hogar, a su vez inevitable, pues de él dependen la apariencia de estabilidad.
Lo amenazador de esa portada de Black Flag es su reflexión gore de todas las desgracias que se cometen en nombre de esa institución tan anhelada por el nuevo activismo gay. La defensa de cualquier modelo de familia, hetero o diversa, incluye una dosis de voluntad de sometimiento. Y en ese sentido no encuentro diferencias sustanciales entre los militantes del Frente Nacional por la Familia y el activismo gay hacinado en la posibilidad del matrimonio igualitario. Ambos persiguen la familia como un derecho en su acepción más alienada.
Cuando escucho a activistas gays asumiendo la capacidad de una paternidad excepcional, mucho más estable, emocional y psicológicamente que los bugas como los de la portada del Family man, también asumen la negación de todo aquel rasgo homosexual que suceda fuera de ella: la promiscuidad, el cruising, las ITS, el VIH, por la sencilla razón que eso los excluiría de la seguridad psicológica y emocional necesarias para el acceso a la patria protestad. Bajo esa renuncia, es lógico que dejen fuera otros temas de la agenda como los antirretrovirales, el PReP y el sexo bareback, los asesinatos de homosexuales, lesbianas y personas trans.
Ricky Martin, Miguel Bosé y Diego Luna hablaron sobre la visibilización de las personas Lgbttti, y aunque muchos vieron eso como un revés al congreso de Yucatán, yo lo sentí más como la entrada a una desafortunada distopía, en la que nosotros mismos, homosexuales atomizando la familia como insistente causa activista, vamos liquidando nuestra libertad para volver a las mazmorras de antaño, en la que transpirábamos a escondidas para no ser juzgados por las familias.
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