Sociedad

El privilegio de Luis Zapata

Su legado para la identidad gay en México es irreversible. Gracias a Luis Zapata entendí que no había nada de malo en sentirte cómodo con el privilegio de masculinidad. Indispensable para ligar en los baños del Sanborns de finales de los setenta. Que pescar un chancro era parte de ejercer la homosexualidad porque no todo es arcoíris y rosas en esto de la putería. También le debemos a Zapata los huevos de reventar el sueño gay heredado de Los Contemporáneos mexicanos. La calidad de su pluma es incuestionable. Pero gracias a Novo y Villaurrutia existía cierta predisposición a encasillar a los homosexuales como seres amanerados, exquisitos en un sarcasmo refinado, protegidos por sus conexiones al poder político. Siempre me dieron mucha hueva esos pasajes de opulencia priista que tan bien detallaba Luis Spota.

Fue un ritual leer El Vampiro de la Colonia Roma por primera vez escuchando el In Utero de Nirvana de fondo. A la distancia podría asegurar que fue un milagro encontrar la novela en La Librería de Cristal de la Morelos, allá en Torreón. Resultó fácil identificarme con su deleite urbano. Con Luis Zapata se respiraba el smog de la calle en sus páginas. Hasta la contaminación de los viejos camiones Ruta 100 parecían tener un componente homoerótico. Había orgullo incluso en las esquinas más puercas e inseguras del Distrito Federal que describe con incisivo humor. Desprendido de tentaciones cursis para hacerse el sensible. En ese entonces no existía el matrimonio igualitario como objetivo activista. De hecho, las primeras organizaciones de activismos gay terminaban por inflar músculo. El Vampiro salió a librerías un año después de la primera Marcha del Orgullo en la Ciudad de México. Entonces nadie pensaba en matrimonios ni propiedades compartidas. Bastaba con que la tuvieras parada con otro bato y agarrarte a madrazos con la policía. Es ahí que Luis Zapata fue subversivo, con el tradicional paisaje citadino volcado a lo familiar, pero incluso con la propia inercia de la literatura gay. Tuvo la pericia suficiente para que su personaje Adonis García no fuera castigado por ejercer la prostitución masculina ni el urbano placer que obtenía con ello. Los desenfadados recursos literarios con el que está escrito El Vampiro se siente como una fluida metáfora de la disidencia que implica la sexualidad gay, hoy ninguneada por la estrategia de marketing de lo no binario.

Edificante en muchos sentidos. Todo el trabajo de Luis. Que fue prolífico. Junto con El Vampiro de la Colonia Roma, En Jirones y La hermana secreta de Angélica María son mis favoritos.

Me pareció oportunista e hipócrita que algunos batos, gays, teclearan mensajes en sus redes sociales alrededor de la muerte de Luis Zapata. Especialmente aquellos que se pintan la barba de los mismos colores chillones que los muros de un jardín de niños. Fueron los más embusteros. Para sus convicciones delimitadas por el algoritmo de moda que tanto pregonan, Zapata debió ser uno de esos gays machines, depreciablemente homonormado como para tenerlo cerca. No se diga leerlo. Las abreviaturas Que en Paz Descanse escritas por las almas de los homosexuales deconstruidos se percibían contradictorias bajo su cacareada lucha contra la masculinidad tóxica. Quizás la influencia de Zapata que más me golpeó cuando leí por primera vez El Vampiro.

Lo repetía Luis en esa entrevista que leí en alguna de las revistas gays hechas en México que compré por primera vez. La Boys & Toys o Del otro lado. Cualquiera de las dos. No tengo las palabras exactas, pero si la idea principal del pábulo existencial de Adonis García, el cachondo protagonista de El Vampiro: desasociar con hedonismo radical la imagen del homosexual como el hombre afeminado que solo es tolerado como inofensivo bufón de los bugas. Hoy día, aseguran los expertos queers, entregarse de las posibilidades afeminadas, ponerse vestidos y comprar maquillaje son las armas de guerra contra el patriarcado. Desde la coacción digital del presente, El Vampiro de la Colonia Roma podría estar pasado de moda.

Pero me vale madres. Es un pinche librazo. Y Luis Zapata pedazo de escritor que necesita ser reivindicado para recordar de qué va la disidencia sexual.

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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