Me choca el soundtrack de Will & Grace: Britney Spears, Barry Manilow, Jennifer Lopez, Cher, Cheryl Lynn, Queen; tal selección es un diagnóstico de cómo asumen la mentada visibilidad gay los escritores de ese sitcom, al que supuestamente los jotos les debemos parte de nuestra integración a la sociedad que construye clósets para esconder cualquier rasgo que no signifique un ladrillo en el aparador de las buenas formas.
¿Qué no es Will & Grace si no un catálogo de buenas formas, donde hasta las trampas para ratas lleva la firma de una marca trendy y la jotería es calculada por un diseñador caro? Mi enajenación fue leal a Frasier, Flight of the Conchords, Married with Children o That 70’s show. Era bien pinche adicto a Murphy Brown. No soy santo, qué hueva: caí redondito con Friends, aunque me gustó más How I met your mother, dónde ponían a Pavement a cada rato.
A muchos les vale madres lo que suene mientras el cliché permanezca intacto. Para mí la música es de vital importancia. Prefiero reconocer una canción que lugares comunes descafeinados y mansos y predecibles; humillarme ante mi hedonista testarudez, que ceder a simulaciones pensadas para moldear mi voluntad, reducirla a una pieza de rompecabezas.
Nunca pude con Will & Grace, por más que hacía el esfuerzo de quemar mis prejuicios. Su abordaje de la homosexualidad me pateaba los huevos por simplón y acartonado. Básicamente nos reducía a un manojo de histeria, consumismo, activismo anticuado y monogamia velada que terminó en la asexualidad timorata de Will en las últimas temporadas. Ni siquiera tuvieron los huevos de llevar los estereotipos a la incomodidad, a la injuria terrorista, como el gay de Little Britain, que no permitía que hubiera un gay más en el pueblo porque eso destruía cualquier fantasía de discriminación.
La serie ponía a la cadena NBC a la vanguardia, por arriesgarse a poner en pantalla a personajes abiertos y orgullosos de su homosexualidad, con una frescura nunca antes vista, contribuyendo a la visibilidad e integración de las minorías sexuales, leí por ahí.
El dichoso riesgo era pura condescendencia y la frescura, vil domesticación. La visibilidad estaba restringida a nuestra pericia y autosugestión para hacer de mascotas de los bugas liberales, después de establecer su umbral de aguante. En la sitcom, la promiscuidad sin culpas recaía en los heterosexuales mientras los gays se la pasan atorados entre la contención y la búsqueda de la pareja ideal. Los gays de Will & Grace se hunden en la corrección política por más irreverente que sea la jotería.
A finales del siglo XX, muchos gays querían trabajar en Zara y las chicas se mostraban ansiosas por tener su Will y no verse como tías de rancho.
Según mis paranoias, la obsesión por el matrimonio igualitario como única meta de la lucha LGBTTTI cobró fuerza conforme Will & Grace llegaba a la octava temporada. Muchos gays mordieron el anzuelo y entonces, ser homosexual perdió toda posibilidad de desobediencia: lo gay era un estilo de vida con estudio socioeconómico. Los clichés empezaron a suplantar el orgullo, desplazando la diversidad, fomentando un rechazo a la diferencia, cuando tan solo muy pocos años antes, diferencia era la palabra clave en el vocabulario de los jotos.
No niego el valor de Will & Grace, una de sus aportaciones fue desnudar el autoestima de no pocos gays, como si el fondo, lo que siempre buscaron no pocos fue sentirse asimilados por la normalidad de los heteros y darse cuenta que pueden ser parte de sus dispositivos de convencionalismos. Tan es así que el legado sigue vigente.
Recientemente saltó la noticia de las probabilidades de contar con el primer candidato abiertamente gay a la Presidencia de México. Los aplausos no se dejaron esperar. Curiosamente, su imagen amalgama con el patrón bien vestido de Will, empresario, con un bonito corte de cabello.
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