A excepción de las senadoras de Morena, Movimiento Ciudadano y Verde Ecologista que presentaron la iniciativa, la foto en el Hemiciclo al Federalismo del Senado de la República me sabe a protagonismo millenial: todos esos batos ensayando las mismas sonrisas con las que anuncian algún cloro incapaz de acuchillar los colores y la bandera de arcoíris al centro de la lente, dejando claro que se trata de una pose liberal y progresista, estimulando el mismo provinciano desengaño a blanco y negro de cuando veía esa columna insertada en la sección de sociales de El siglo de Torreón, Aeropuerto, en la que los laguneros daban a conocer la bitácora de sus viajes que a nadie importaban con tal de saborear el reconocimiento de una sociedad enjuta y estirada hasta la represión y el empacho costumbrista. Así los chicos de la foto que se dicen activistas, con las manos limpias, el peinado calculado y las camisas psicóticamente planchadas que nada tienen que ver con mi percepción de lucha, pero como soy un buscapleitos resentido, seguramente me perdí el momento en que el activismo gay se sanitizó.
En la foto también aparece gente a la que respeto macizo por su convicción, que los incita a desplazarse más allá de la comodidad de las mesas de discusión cercadas por detectores de metales y botellas de agua en las mesas de debates. Cabrones que han labrado su activismo limpiando culos en la época más pinche cruda del vih. Me identifico muy duro con eso.
Y a pesar de este nihilista preámbulo de cuyo egoísmo no reniego, apoyo rotundamente el motivo de la fotografía, desapercibido en medio del bullicio mediático que causaron las declaraciones de Lupita Jones con respecto a las mujeres trans en los oxidados certámenes de belleza o el pusilánime altercado sobre lo ofensivo que podría ser la palabra mariconez en voz de Mecano: castigar hasta con 200 días de multa o hasta tres años de cárcel a quienes promuevan las terapias que aseguran pueden corregir o curar la homosexualidad.
De acuerdo con la senadora del Partido Verde Ecologista, Alejandra Lagunes, la iniciativa, presentada por Citlalli Hernández y promovida por Iván Tagle, es la “urgente y justa demanda, pues se trata de una práctica no ética que carece de comprobación científica”.
La iniciativa, además de exhibir el suplicio emocional que implican estas “terapias”, según mis interpretaciones equívocas, también es el primer movimiento político gay que le alza la mandíbula a la homofobia religiosa desde una postura radicalmente laica: “Yo estoy tan firmemente convencido de que las religiones hacen daño, como lo estoy de que no son reales”, decía el filósofo Bertrand Rusell en su discurso Por qué no soy cristiano.
Todas las organizaciones que se adjudican la cura de la homosexualidad sostienen sus bases en cimientos cristiano-evangélicos. Recuerdo los meses de cuando estuve infiltrado en Courage para un reportaje de Notivox Semanal, fingiendo ser un gay estrangulado por la turbación de pensamientos erectos a velocidad de la luz en dirección al agujero negro y cómo mi mentor, un ex gay convertido en afeminado esposo buga de camisas tristes, pretendía calmarme prescribiéndome oraciones con la palabra culpa en afilado loop. La virulenta exaltación de la culpa desde un púlpito externo y forastero es un estímulo fascista.
Tienen razón cuando se refieren a estas dinámicas como tortura. Algunas noches, después de la “terapia” me encontraba a uno que otro feligrés del grupo de homosexuales dispuestos a curarse bebiendo en un bar gay de Florencia, en la Zona Rosa, me reconocían y el rostro parecía que se les iba a pudrir y venirse abajo como en las películas de zombis, con la vergüenza en el semblante pero resignados al instinto.
Decía Rusell en ese mismo discurso: “Hay, en la mayoría de las religiones, dogmas éticos que causan daño definido… y el mundo necesita mentes y corazones abiertos, y éstos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos”.
Por eso me obsesiona la iniciativa, porque es de las pocas políticas a favor de los derechos gays que no reclama gentileza, nos desenmascara incluso a nosotros, a esos homosexuales que insisten en encontrar con calzador tolerancia en las lecturas religiosas para las que la sodomía es más infernal que el pecado mortal.
Twitter: @distorsiongay
Contra la homofobia religiosa
- El nuevo orden
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Wenceslao Bruciaga
Monterrey /