Sociedad

Cleptómanos del mundo: ¡únanse y roben la bandera del arcoíris!

Aunque nos ahoguemos con nuestra propia gastritis, la instantánea del pasado 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia, no es poca cosa. El peso simbólico de López Obrador cargando el lábaro patrio de la putería, aunque con las puras uñas, es histórico y si de algo se alimenta el activismo Lgbttti mexicano es de simbolismos, por eso erigimos iconos, marcas, reinas y personajes cuyo único talento es pintarse la barba de colores, a lo pendejo, por lo simbólico de su coqueteo con nosotros, cuando en el fondo solo quieren que consumamos sus chingaderas y ahí nos tienen, engolosinados, creyendo que unas frituras empacadas en bolsas de arcoíris en un síntoma de tolerancia y visibilidad que hasta nos salvará de uno que otro ataque homofóbico. Preferiría menos arcoíris con precio y que me dejen besuquearme donde me dé la gana sin que me vean como un koala apareándose. Pero qué voy a saber de activismo yo, eso se los dejo a los que persiguen el reflector para validar sus buenas intenciones, supongo debe ser una propensión incontrolable de los conductores de su propio show de televisión abierta nacional. Me dio mucho gusto, eso sí, ver a Gloria Davenport destacar en las mañaneras, me identifico con su radicalidad trans al ras del pavimento y su poca paciencia a los convencionalismos manufacturados desde el activismo; como sea, lo más activista que he hecho es tumbarle un par de dientes a unos homofóbicos que me tenían harto en una esquina de la zona rosa del entonces DF y defender a una chica trans de unos tipejos que la estaban molestando un domingo a las ocho de la mañana. Luego El Cullen y yo la invitamos a desayunar.

Una vez disparado el clic, ¿qué hacemos con la foto?

Recordé aquel episodio, hace nueve años aproximadamente, cuando en plena campaña electoral, el británico conservador David Cameron se declaró fan de los Smiths, acaso para coquetear con la consumista nostalgia del electorado juvenil tardío. O quizás hablaba en serio. Los Smiths fueron grandes después de todo. Casi de inmediato a sus palabras, Johnny Marr y el mismísimo Morrissey, contra todo pronóstico fraternal e ignorando sus escénicos rencores y ególatras rivalidades, buscaron micrófonos y espacios para gritar prohibiéndole a Cameron escuchar la música de los Smiths: ¿de verdad un candidato del Partido Conservador podía tener los huevos de confesarse admirador de tracks como “Cleptómanos del mundo, ¡únanse y tomen el control”? La posición de Marr y Moz me pareció un arranque coherente con la devastación, sentimental y lumpen de los Smiths.

¿Dónde está nuestra coherencia frente a los políticos que solo nos ven como bisutería de izquierda?

Hasta ahora, la única constante en los discursos de la 4T es la confusión saturada de incertidumbre: ondean la bandera del arcoíris un día después que el Palacio de Bellas Artes es ocupado por una congregación religiosa que abraza la homofobia con convicción bélica, y senadores y diputados asisten de la mano de sus parejas heterosexuales; presumen garras y joyas según ellos glamorosas, para ser partícipes y alimentar el poder de un evento cuyo motor espiritual nos aborrece.

Pese a quién le pese, por encima de las simpatías ideológicas o el daltonismo político, ese que nos aborda en la soledad de neopreno al momento de tachar los colores de los partidos en algún domingo electoral, López Obrador es el primer presidente que sostiene la bandera del arcoíris sobre el templete de las conferencias mañaneras, al interior del Palacio Nacional de la Ciudad de México. Ni pedo: se chingó a Peña Nieto y su marketing de desesperada popularidad, para recordar aquel oportunista episodio, cuando pintó la otrora residencia presidencial de Los Pinos con las luces del arcoíris justo cuando su nivel de aceptación estaba por debajo de los pantanos y en un país como México, donde la homofobia respira oxígeno de normalidad y los homosexuales pretenden combatirla e inhalar ese mismo aire, con el reclamo de su pedazo de normalidad porque sin ella, al parecer, no hay brújula moral y quedamos como los desviados de esta sociedad adoradora de las buenas formas. El guiño tuvo su buena acogida en los jotos convencidos que la homofobia se reduce en la medida en que somos asimilados o vistos de reojo, aunque sea por la igualdad del sistema. La obsesión por la igualdad en la narrativa de la lucha Lgbttti de los últimos años me hace coincidir en las fatídicas conclusiones del crítico musical Mark Fisher: “Combatir de manera reactiva una agenda establecida por la derecha nos mantendrá en desventaja siempre…”. Como cuando queremos responder puntualmente a cada idiotez soltada por los del Frente Nacional por la Familia. Aceptarnos como desviados, como cleptómanos del mundo que robamos las erratas de los bugas para usarlas a nuestro favor, podría dotarnos de una cínica ventaja, pero no muchos están dispuestos a pagar el precio que implica no ser parte del rompecabezas del conformismo social.

Chale, si tan solo los Smiths fueran iconos gays.


Twitter: @distorsiongay

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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