Como a la mitad de “The Commitments”, la novela de Roddy Doyle, uno de los integrantes le pregunta a Jimmy Rabbitte, artífice y desordenado productor de la banda homónima, el porqué de su terca obsesión en resucitar el catálogo de clásicos del soul y R&B gringo. Tanto era la devoción de Jimmy por el ritmo afroamericano, que el objetivo de los ficticios Commitments se limitaba a regentear su propia banda para regocijarse desde fuera del escenario con su género favorito y las canciones hechas a la medida de su obsesión.
Rabbitte contesta: “Por si no te has dado cuenta, los irlandeses somos los negros de Europa. Estamos endeudados con esas canciones”.
The Commitments saltó a la pantalla grande en 1991 bajo la pomposa cámara de Alan Parker. Después de su estreno, Irlanda empezó a gozar de cierta gloria pop. Alumbrada por la angelical Sinéad O’Connor y U2 con un Bono en etapa previa a la pedantería de creerse el obispo del rock. Salvador de cuanta injusticia se le atravesara a su lentes de mosca.
A veces me pregunto si Doyle se inspiró en la figura de los Pogues para darle forma a la simulada banda de su célebre novela. Porque si alguien trasplantó el espíritu de rebeldía e inconformidad negra al estrago irlandés, ese fue Shane MacGowan, poderoso cantante de The Pogues. La mejor banda irlandesa al día de hoy. Pedazo de poeta. Su pluma es a la reivindicación irlandesa, lo que Gil Scott-Heron al inconformismo negro y afroamericano.
Recuerdo descubrir a los Pogues durante la secuencia de créditos finales de “My Own Private Idaho”, la película de Gus Van Sant protagonizada por Keanu Reeves y un hermoso River Phoenix en bronceado ocaso. La pantalla saturada de fotogramas en tonos de chillante pastel mientras la voz MacGowan empieza a arrastrar la letra de “The old main drag”. La canción narra las desventuras de un joven irlandés recién llegado a Londres que no tiene empacho en masturbar viejos para ganarse unas libras y costearse pintas de cerveza. MacGowan confesaría en su biografía “A drink with Shane MacGowan” que el joven de la letra es él mismo sobreviviendo a la precariedad británica.
Y no sé si habrá sido la historia del prostituto Mike (River Phoenix) dormido en el yermo final de la película, sin calcetines, en medio de una carretera en línea recta. La belleza extraviada de las carreteras como diría Thomas Berhand. O la solidaria voz de Shane MacGowan como si en su garganta tuviera atorado un gargajo hecho a base de patriotismo, whiskey y tabaco echado a perder.
Pero desde entonces no puedo escuchar la voz de MacGowan al frente de los Pogues sin contener las lágrimas.
Recuerdo apuntar el nombre de los Pogues al final de una libreta que usaba para el taller literario al que acudía en ese entonces. Traté de buscar cuanta información fuera posible acerca de su trayectoria. Cachando pequeñas entrevistas y notas que salían en la Spin o Rolling Stone que eran las llegaban a Revistas Juárez en Torreón. Fui descubriendo que MacGowan era irlandés. Que nació un 24 de diciembre. Por eso escribió el mayor éxito de los Pogues, “Fairytale of New York”, sobre unos perdedores que encuentran algo parecido al amor en las calles menos prolijas del Nueva York contaminado de sueños rotos. Que cantar con un vaso Guinness a la altura del micrófono era parte de un hábito que empezó a los 6 años, cuando bebió su primera cerveza. Del que nunca renunció hasta su muerte el pasado 30 de noviembre.
“Lo más importante que hay que recordar sobre los borrachos es que los borrachos son mucho más inteligentes que los sobrios. Los borrachos pasan mucho tiempo hablando en los pubs, a diferencia de los adictos al trabajo que se concentran en sus carreras y ambiciones. Los sobrios nunca desarrollan sus valores espirituales más altos, nunca exploran el interior de su cabeza como lo hace un borracho”, declaró a la “Melody Maker” en 1991.
Luego, en la Tower Records de la Zona Rosa importaban la “New Musical Express”, “Melody Maker”, “Punk Planet”, con la que especialmente MacGowan fue generoso. Si no me equivoco, fue en el fanzine de “Punk Planet” donde Shane confesó que Los Pogues fue la forma en la que podía sanar la cobardía de no unirse a las filas del IRA, el Ejército Republicano Irlandés. Más que un patriota, Shane era un cómplice de sus raíces, con todo lo bueno y perjudicialmente negativo que conlleva la conciencia de nuestros orígenes. Como deuda anarquista con su historia nacionalista, Shane tuvo la necesidad de rescatar la tradición del folk celta en el que se basa la música tradicional irlandesa. Que mezclada con la rabia desdentada del punk al que descubrió gracias a los toquines de Sex Pistols y The Clash, dio como resultado una de las bandas con más exceso de identidad, alcohol, orgullo y poesía de los últimos tiempos.
“Pulse!”, la revista que editaba la propia Tower y distribuía de forma gratuita, le dedicó una portada a la banda que MacGowan fundó después que lo echaran de los Pogues. Su peculiar tono de voz, mezcla de masculinidad y sabiduría callejera, se debía en parte a la falta de dientes en la parte frontal de sus encías y que perdió en peleas en pubs y caídas de bruces al tropezarse con su propia embriaguez. Sin pensarlo me compré el primer compacto de los Pogues, “Peace and love”, que tenía un afortunado descuento. Y así me fui volviendo adicto a su discografía, canciones y sus letras que cuentan las historias de los olvidados de Dios, pero a los que al diablo también le vale madres. Por supuesto que en su discografía brilla “Red roses for me” y desde luego “Rum, Sodomy and Lash” (un disco que debería ser parte del archivo gay por excelencia). Pero mi favorito sigue siendo “Peace and love”, de 1989. Creo es el álbum que contiene el aliento de los Pogues sin destilar. El más empático con los personajes de Shane. Aquellos a los que el éxito les estorba en su autodestrucción como hedonista flagelo para ser leal a uno mismo y su circunstancia.
Me fui volviendo adicto a perder el miedo a quedarme chimuelo.
Supongo mi devoción tiene que ver con el alcohol como salvación a un exilio genético. También empecé a beber desde muy joven, pues era la única y refrescante salida al calor infernal y la sensación de sentirte aislado de cualquier civilización como lo era Torreón no hace mucho tiempo. Así como Shane se sentía fuera de lugar mientras su acento irlandés circulaba en Londres como un forastero de rasgos toscos: “Lo bueno del punk es que no tienes que estar guapo para triunfar”, dice MacGowan en el documental “Crock of Gold: a few rounds with Shane MacGowan” de Julian Temple. Un excesivo homenaje al cantante de los Pogues mediante videos inéditos, animaciones lisérgicas y borracheras con Johnny Depp o Bobie Gillespie de Primal Scream.
La noticia de su muerte el jueves pasado trastornó aún más el hondo sentimentalismo que los Pogues consiguen perforar. Sobre todo en el pecho. Algo que solo consigue Juan Gabriel.