Seguramente Madrid ha sido la ciudad con el grupo punk más snob de la historia”, escribe Víctor Lenore a propósito de Kaka de Luxe y toda la carrera de punk de juguete de Alaska en su más reciente libro, Espectros de La Movida: Por qué odiar los años 80. Por si fuera poco, Lenore agrega: “…escuchando este trabajo a medio cocer, se aprenden cosas sobre el rock madrileño, sobre todo al compararlo con bandas de Londres como Sex Pistols. Las letras del grupo británico arremetían contra la monarquía, el autoritarismo, la alienación. La de Kaka de Luxe, en cambio, se quejaban de lo feo que era el transporte público…”.
¿Habrá algún gay castellano al que no le guste Alaska? Cuando no me dejo engatusar por las anárquicas voces en mi cabeza, reconozco con toda justicia que Alaska contribuyó a robustecer la liberalización de la homosexualidad en Hispanoamérica. Dicho esto, no podemos hacernos pendejos con el hecho de que su filantropía pop no fue gratis, la comunidad homosexual tuvo que pagar el favor asimilando una domesticación evasiva, prueba de ello es lo reglamentado y miedoso de su público, como aquella vez que dio un concierto en el extinto Salón Vive Cuervo, en los confines de Polanco del entonces DF, con su proyecto Fangoria. Alaska hacía guiños a los Ramones y entonces La Vivs, Mara y yo empezamos a saltar en medio del público como si tuviéramos al puto Joey Ramone frente a nosotros, salpicando de cerveza y puñetazos a toda persona a nuestra redonda con tanta euforia que nos fueron aislando como leprosos enfermos de slam. Recuerdo que un gay me gritó: “¡Pinche naco, que nunca en tu vida has ido a un concierto!”. Le respondí que el que nunca había ido a un toquín punk en Pantitlán era él y seguramente La Vivs intercedió para que yo no acabara en el asiento trasero de una patrulla.
Hablo de Alaska porque muy probablemente, junto con Mecano, son los primeros nombres que casi en automático parpadean en la mente mexicana cuando se escuchan las palabras ochenta y España, y que también son el átomo de inspiración combativa del nuevo libro de Víctor Lenore, Espectros de La Movida: Por qué odiar los años 80, editado por Akal y puesto en librerías europeas el año pasado. En México se puede conseguir mediante Amazon.
Para quienes no estén familiarizados, el apellido de Lenore es capaz de incendiar los nervios de cualquier aficionado a sus propias persuasiones culturales, yo entre ellos. Así como suelo coincidir con algunos sablazos suyos, sobre todo los que tienen que ver con el punk marginal, también patea mi zona de confort infectada de bandas de college rock autoindulgentes y permisivas. Lenore es el mordaz e incisivo periodista cultural que hace años desenmascaró la burda frivolidad de la estética y pensamiento indie en su diabólico libro Indies, Hipsters y Gafapastas: crónica de una dominación cultural, publicado por Capitan Swing en 2014.
Cuatro años después, Lenore vuelve con otra declaración de guerra, ahora contra la nostalgia ochentera que tenemos idealizada por razones falderas y engañosas puesto que, pese a nuestros recuerdos fosforescentes, fue una década de conservadurismo pop y consumismo exagerado. Espectros de la Movida… pone en problemático entredicho la insurrección cultural que significó ese movimiento de La movida madrileña, que en México dejó rastro gracias a la androginia de Alaska o las anécdotas del musical Hoy no me puedo levantar, que aquí levanta el telón cada que la oferta nostálgica lo demande. Lo hace con argumentos certeros, sin piedad ni miedo al veto de las élites culturales de cualquier corriente, ya sean oficiales, alternativas. O hipsters.
La movida en México despierta fantasías y suspiros frustrados a tal grado que se ha querido emular su fenómeno, como pasó entre el 2005 y el 2010, cuando un grupo de fiesteros chilangos, entre ellos blogueros, diseñadores de moda y djs, empezaron a reproducir una pujante y estrafalaria idealización por La movida madrileña, imitando la prefabricada espontaneidad del proyecto musical de Almodóvar y McNamara, que en los ochenta tenían sentido pero en el nuevo Notivox llegaba forzado y mamón; presumiendo una sexualidad ambiguamente desafiante en la pasarela urbana, pero básica y sin imaginación pornográfica a la hora de los almohadazos gays. Me llamó la atención que su objetivo se basó en la imitación y no en una apropiación arriesgada como la editorial Moho, que también inspirada en La movida retó los paradigmas culturales desde un auténtico subterráneo mexicano; pero como escribe Lenore al principio del libro: “Es importante marcar la diferencia entre dos conceptos: transgresor y subversivo. Los jóvenes grupos de La movida eran maestros de lo primero y alérgicos de lo segundo”. Aquel movimiento se desvaneció sin gracia. Como dije, Lenore no deja indiferente los nervios, lo fascinante de su libro son los puntos en que provoca desacuerdos, obligándonos a cuestionarnos.
Y lo mejor es cuando deja claro que Alaska no es ni será punk, aunque esa tramposa ambigüedad se ha trasminado a su base de fans gays más leales.
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