Mientras estas líneas se escriben en México se lleva a cabo un aviso urgente en Palacio Nacional; algo sin precedentes, como ha sido incluso la característica principal de las últimas semanas.
En dos palabras: restricción masiva, millones de personas deben quedarse en casa porque ya son 28 defunciones por coronavirus y un total de mil 94 casos confirmados. La curva va hacia arriba a una velocidad preocupante.
Nuevas medidas son necesarias, empezando por la suspensión inmediata desde el 30 de marzo y hasta el 30 de abril de actividades no esenciales. Pocas actividades quedan fuera de esa lista, como la salud, la seguridad pública, procuración de justicia, los sectores esenciales para el funcionamiento de la economía.
Se hace énfasis en la limitación voluntaria de movilidad. Toda persona mayor de 60 años está incluida en esta regla.
Así los días avanzan y en este inusual encierro masivo sin precedentes pensamientos van y vienen; reflexiones también, porque vaya que esta pausa en nuestro andar acelerado es para eso, si no por designio, al menos por pretexto; un espacio para pensar.
Aunque todos queremos pronto respirar esperanza, no hay manera de encontrar un atajo ante estos días grises, solo refugiarnos.
La fragilidad del hombre contemporáneo perdido en las formas y olvidándose del fondo, sometido a las prisas de un progreso material, científico, tecnológico, hoy evidencia que no le ha servido para evitar caer en una pandemia.
El covid-19 nos regresó a casa, con todo y el desarrollo, con todo y la globalización y avances del hombre. En ese camino el hombre robó terreno a la naturaleza y esta misma le ataca.
Quédate en casa, es la frase que engloba nuestro presente, el que no vimos venir cuando nos abrazamos con una copa de sidra en la mano, junto a los que amamos. Hoy ni abrazarnos es seguro.
Parece escrito por José Emilio Pacheco en
“Desde entonces”.
Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda) en que estuvimos juntos meses enteros, desde el amanecer hasta la medianoche.
Hablamos de todo lo que había que hablar. Hicimos todo lo que había que hacer. Nos llenamos de plenitudes y fracasos.
En poco tiempo incineramos los contados días.
Se hizo imposible sobrevivir a lo que unidos fuimos. Y desde entonces la eternidad me dio un gastado vocabulario muy breve: “ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía” y nunca más, nunca más, nunca, nunca.
O mejor aún, escrito por Jaime Sabines en su esperanzador texto: “Si sobrevives”.
Si sobrevives, si persistes, canta, sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: ama, apresúrate.
El viento de las horas barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes, es el tiempo de vivir, el único.
El próximo artículo de este servidor será sin duda más esperanzador.
Ya volveremos a abrazarnos.