Por tradición, el último año de cada gobierno es conocido o adoptado informalmente como “el año de Hidalgo”.
El origen de esta expresión no queda muy claro, pero su popularidad la atribuyen a una idea que privaba en la política de los 70, en la que se decía que en el “año de Hidalgo, chi... su madre el que deje algo”.
Parecía una regla no escrita el gastarse o llevarse todo lo que quedara para no dejar nada al sucesor.
Burdo, sin duda, pero cierto en innumerables casos.
Lo deseable es que dicha frase forme parte de ese pasado que queremos olvidar.
Ayer comenzó el último año de la administración estatal; la recta final del primer gobierno independiente en la historia de Nuevo León.
En el ánimo de una gran mayoría de ciudadanos priva el descontento, para nadie es un secreto. Pero, más allá de los balances negativos, si vamos hacia adelante, el deseo es que en los meses que faltan vivamos un cierre prometedor.
La herencia maldita de la Línea 3 del Metro deberá quedar terminada, el avance notable de la presa Libertad deberá hacerse realidad, además de una obra pública insignia, un resultado final exitoso en la lucha contra la pandemia y un manejo de la deuda pública por el camino que ya han trazado. Esos serían los indicadores de un cierre decoroso; una entrega de “buenas cuentas”, aunque sea al final.
Es cierto que no se lograría erradicar la corrupción, es cierto que no están en la cárcel los que dijeron que la debían, ni se limpió el nombre de nadie tampoco. Es cierto que el transporte público no es gratuito y sigue en manos de los mismos. Es cierto que no vivimos hoy en un Nuevo León tan diferente cómo esperábamos. Es cierto.
Aún queda tiempo.
La ya gastada figura independiente tomaría un poco de aire. Lo necesita si quiere competir en las elecciones del 2021.
Por eso no puede haber “año de Hidalgo”, esta vez la historia debe ser distinta, ¿podemos creerlo?, tal vez. A fin de cuentas estamos en un año en que está ocurriendo lo impensado. _
