Cuando se escriben estas líneas está a punto de llegar a sus últimas horas uno de los días más históricos que haya vivido el México contemporáneo.
El 9 de marzo, el día sin mujeres, el día sin ellas que son tan importantes, tan decisivas para nuestra vida diaria.
Por todos lados, seguramente habrá balances sobre su éxito, su poder de convocatoria y claridad del mensaje; habrá también posturas tajantes y empáticas, inspiradoras y amargas.
Las imágenes que quedan en la memoria sobre la jornada del lunes tan diferente, serán muchas, seguro contrastantes con los lamentables desfiguros que algunos grupos cometieron en la capital del país y en algunos estados, destruyendo negocios, edificios públicos, monumentos.
El grito se elevó en más de 60 ciudades el domingo, pero el lunes, el mensaje fue en silencio, de ausencia notoria, en todo el país.
Pese a todo lo anterior, la mujer no se fue del todo.
Trabajaron policías, enfermeras, doctoras, educadoras privadas, aquellas que atienden su propio negocio, aquellas que si no trabajan no comen ni comen sus hijos. También trabajaron profesionistas que recibieron memorándum amables que les expresaban su apoyo, pero que no comunicaban lo mismo que el rostro de sus jefes.
No hay problema si no vienes, pero luego lo platicamos.
Trabajaron muchas en su hogar, ese mismo que algunas comparten con el marido machista aludido en el acto del 9M; trabajaron incluso el doble aquellas que debieron quedarse con sus niños porque no hubo clases ni servicio en las estancias. Trabajaron.
La expresión convertida en hashtag #YoNoParo fue tendencia buena parte del día. Los argumentos fueron muchos, pero rondaban en mensajes directos. Yo no paro porque mi trabajo es ayudar a las personas. Yo no paro porque valen más las acciones que las palabras. Yo no paro porque decido estar activa. Yo no paro porque apoyo los movimientos legítimos, no uno que es solo golpeteo político absurdo al gobierno.
Para los medios de comunicación fue difícil estar en una auténtica encrucijada, porque por un lado había que cumplir nuestra misión como informadores, por otro asimilar el repudio generalizado de las lideresas del movimiento, quienes por motivos diversos expresan su animadversión y parece no importarles la difusión de su legítimo hartazgo.
Es muy aventurado calificar el acto de ayer como éxito o fracaso, decir que cubrió o no las expectativas, sería subjetivo y doloso. Conformémonos, pues los bienintencionados con celebrar que se hizo y con la esperanza de que ahora sí sea un parteaguas en la vida de nuestro país.
Porque si hay algo claro, indudable y real en el 9 de marzo, es que decenas de años de muerte, maltrato y abusos justifican que por fin ellas se defiendan.
Estamos con ustedes, ojalá nunca tengan que irse del todo.
Las queremos y las necesitamos.