El fin de semana quedó en evidencia que controlar al monstruo de mil cabezas que representa la zona metropolitana de Monterrey es prácticamente imposible.
La gente salió a las calles y abarrotó muchos lugares en busca de diversión o de aquello que regalarán en las fiestas decembrinas.
La sana distancia, el uso de cubrebocas y demás medidas fueron ignoradas por miles de personas.
Tomaron como un premio lo que realmente era un reto para todos: recuperar movilidad, cuidándonos. Parece que la prueba no fue superada.
Era pronosticable y no precisamente por el encierro o las restricciones que asfixiaron al comercio dos fines de semana; tal vez por una valentía mal entendida, o esa costumbre arraigada de romper las reglas.
Y qué decir de la fiesta en Showcenter, con más de 250 personas, en la que simularon una boda para obtener el permiso y fueron pillados por las autoridades.
Tal vez sea contraproducente hacer público que los contagios van a la baja, aunque sea cierto.
El comportamiento de las cifras es algo extraño; apenas el 9 de diciembre vivíamos una racha de una semana con más de 800 contagios diarios.
Del 10 de diciembre a la fecha, la curva de contagios va en caída libre, de 802 hasta caer a 563 casos, la cifra de ayer.
Las defunciones siguen en la meseta, con 32 casos en 24 horas y la cifra que destaca más sin duda es la de las hospitalizaciones.
El 10 de diciembre había 246 personas en hospitales; ahora hay 316 pacientes internados.
En todo esto hay algo muy claro: si en unos días vuelven los contagios a superar los 800, las defunciones no bajan y las hospitalizaciones siguen arriba de 300, no será por la reapertura de negocios, sino por miles de ciudadanos que no han comprendido que la única manera de vencer al covid es haciendo caso.
Así que el dilema no está en cerrar o no cerrar, seamos sinceros; todo está en manos del ciudadano en masa, ese mismo que algunos califican como pueblo sabio, pero que no sabe hacer uso de sus libertades y suele llevarlas al libertinaje, erigiéndose así como su peor enemigo.