Morena lleva a cabo, a nivel nacional, un proceso de afiliación y reafiliación con el objetivo de lograr la "captura" de 10 millones de personas. Para Tamaulipas, el secretario de organización, Andrés Manuel López Beltrán, ha fijado una cuota de 315 mil miembros.
Más allá de ser una actividad interna de cada instituto político, en el caso del partido guinda el objetivo es ordenar, de una vez por todas, el padrón morenista, ya que existían múltiples registros de militantes, lo que generaba conflictos entre sus dirigentes.
Ahora, todos los integrantes de la estructura burocrática en los tres niveles de gobierno (morenistas, por supuesto), así como miembros de sindicatos, diputados y senadores—tanto federales como estatales—además de otros partidos aliados, tendrán que afiliarse de manera forzosa al partido en el poder.
Los acontecimientos recientes, que han vinculado a figuras de Morena con organizaciones criminales según el gobierno de Estados Unidos, abren un cuestionamiento inevitable: ¿quién querrá afiliarse al Movimiento de Regeneración Nacional?
Si bien es cierto que no todos los militantes están ligados a estos escándalos, la creciente asociación de figuras clave de Morena con el crimen organizado pone a cualquiera en una posición incómoda. En este contexto, más que una cuestión de lealtad política, la afiliación obligatoria podría convertirse en un riesgo para la reputación de quienes integran la estructura gubernamental.
Por otra parte, algo muy común es el cinismo de algunos políticos y funcionarios, quienes prefieren voltear a otro lado con tal de seguir siendo parte del presupuesto y de la estructura, de una manera pragmática y muy lejos de convicciones.
A pesar de la aparente tranquilidad del morenismo, es evidente que al interior se viven tiempos convulsos, y en Tamaulipas no es la excepción. Desde ya, el virus de la sucesión ha comenzado a contagiar a todo el gabinete y, aunado al vacío de poder que se percibe en la administración, esto solo afecta los intereses ciudadanos.
Morena sigue acumulando poder a costa de la sumisión y el pragmatismo de muchos. Pero más allá de sus estrategias, la sociedad no puede seguir indiferente. Es momento de despertar, cuestionar y actuar, porque la democracia no se defiende sola, y menos cuando no existe una oposición real.