Desde el inicio, el mitin convocado por la presidenta Claudia Sheinbaum para este domingo en el Zócalo ha estado marcado por una clara intención partidista. En lugar de hacer un llamado general a la unidad nacional frente a la presión de Estados Unidos en materia de aranceles y temas como la seguridad y narcotráfico, la convocatoria nació desde Morena y rápidamente se convirtió en una demostración de fuerza del oficialismo.
Esto se evidenció aún más cuando estructuras gubernamentales, tanto federales como estatales, comenzaron a manifestar su apoyo de manera oficial y extraoficial, lo que inevitablemente dio pie a la movilización de acarreados, una práctica criticable en cualquier gobierno, sin importar el partido.
El problema central no es solo la falta de institucionalidad en el llamado de la presidenta Sheinbaum Pardo, sino el hecho de que no todos los mexicanos simpatizan con Morena, incluso los que antes votaron por el partido, ni con la manera en que el gobierno federal ha manejado la relación con Estados Unidos.
A pesar de que el oficialismo controla el Ejecutivo, la Cámara de Diputados, el Senado, la mayoría de los gobiernos estatales, sigue sin representar a la totalidad de la ciudadanía.
Convertir lo que pudo haber sido un acto de unidad nacional en un evento partidista solo profundiza la polarización y debilita la legitimidad de la respuesta mexicana ante la presión estadounidense.
Pero lo que más ha dejado en evidencia la naturaleza del mitin es la transformación del evento en un festival con presentaciones musicales.
Lo que en un inicio se presentó como una demostración de soberanía nacional ha terminado por parecer un acto de “pan y circo”, en el que Morena busca reforzar su base de apoyo con espectáculo y populismo.
Mientras que en el discurso oficial se habla de una postura firme frente a Estados Unidos, en la práctica lo que se organiza es una celebración con tintes proselitistas.
Este cambio en el tono del evento ha provocado que incluso algunos actores políticos que inicialmente respaldaron la idea, como ciertos gobernadores de oposición, ahora se deslinden.
No es lo mismo sumarse a un acto institucional con un propósito claro que a un mitin partidista disfrazado de defensa nacional.
Más que fortalecer la posición de México en la negociación con Washington, este tipo de estrategias debilitan la imagen del gobierno y dejan claro que el interés principal no es el país, sino la continuidad de un proyecto político.