El 24 de noviembre se festejó el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) difundió el lema “Pinta el mundo de naranja:
¡Pongamos fin a la violencia contra las mujeres YA!”.
Como sabemos, hay urgencia por implementar medidas que erradiquen este problema, pues según la ONU una de cada tres mujeres ha sufrido algún tipo de violencia en su vida.
Es un problema estructural arraigado en la dinámica social.
Exige cambios profundos que contribuyan a la transformación radical de ideologías, costumbres y leyes.
Aún en los países más desarrollados, las mujeres han sido históricamente víctimas de asimetrías de poder en su contra dentro de los ámbitos familiar, laboral, escolar o social.
Ello justifica la necesidad de acciones como las emprendidas por organismos para la erradicación de la violencia en todas sus manifestaciones, y más aún por cuestiones de género.
Desde la perspectiva de los derechos humanos es necesario visibilizarlas, comprender y dimensionar sus causas y efectos.
Las expresiones violentas no son solamente el maltrato físico; es violencia que la mujer no tenga acceso a un empleo digno o salario equitativo, a la alimentación segura, a la educación de calidad o a la independencia para la toma de decisiones.
Hay quienes dicen que existe una relación entre la colorimetría y los procesos mentales y emocionales.
El naranja está asociado con la juventud, la aventura y las nuevas experiencias; esto se debe a su poder estimulante, pues produce efectos en el área creativa e imaginativa del cerebro humano.
Se le relaciona con la energía, equilibrio, coraje, sabiduría y sanación.
En contraparte, algunos dicen que este tono refleja peligro, riesgo, frivolidad, ira o cobardía.
La ONU elige el naranja como el color de la esperanza de un futuro más brillante y lleno de optimismo.
Convoca al mundo a crear un nuevo ciclo, libre de violencia hacia la mujer, más justo y equitativo.
Todas y todos debemos sumarnos a este propósito.