La marquesa Calderón de la Barca nos dejó escritos muy interesantes sobre la vida en México durante su estancia en nuestro país, por 1842, al inicio del México independiente.
Al finalizar la Semana Santa, las fiestas de Pascua se celebraban en San Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, y duraban tres días. Esta villa fue la favorita de la nobleza y grandes terratenientes durante el virreinato y después frecuentada sólo durante la gran feria de la Pascua.
Otro viajero, Henry Ward, relata en 1827 que las calles y la plaza se hallaban llenas durante la fiesta por gente que dormía bajo los carruajes o de las estrellas. Se encontraban toda clase de mercancías y había también jacales provisionales con ramas y petates adornados con flores. Los caballos y las mulas esperaban amarrados en estacas.
En torno a la plaza se ponían las mesas de juego, las que, durante tres días y tres noches se hallaban siempre ocupadas. En unas mesas sólo se jugaba con oro, pero como había lugar para todos, había también otros puestos más modestos donde se jugaba con plata, y al aire libre bajo los toldos, se veía una hilera de mesas con montones de monedas de cobre donde acudían los pobres y los indios.
Las peleas de gallos se efectuaban en un palenque, el que se hallaba lleno de gente. Estaba alfombrado y alumbrado por candelabros. Los palcos eran ocupados por las damas, y había un lugar para el Presidente y su comitiva, integrada también por ministros extranjeros. Mientras los gallos cantaban con bravura se cruzaban las apuestas, y hasta las mujeres apostaban a “sotto voce” desde los palcos. Se aclara que no se registraban escándalos ni se escuchaban juramentos entre la gente del pueblo, lo que, según el viajero, tendía un manto de decoro sobre esta “salvaje diversión”.
En el palenque había también una pista de baile, de la que quedaban excluidos los de las clases bajas y personas no vestidas correctamente, quienes se ven obligadas a tomar asiento en las filas de las bancas más altas.
Cuenta la marquesa que regresaron por la tarde a su casa a vestirse para el baile que se efectuaría esa noche en la Plaza de los Gallos, “pues las damas acostumbraban a cambiar cinco veces al día de vestido”. Es de lo más agradable, a mi modo de ver, alzar el telón para conocer las costumbres de antaño de nuestro México, aunque a veces lamente no tener suficiente ropa para cambiarme de vestido cinco veces al día…