Hace poco vi en Facebook la imagen de una mujer embarazada en la cual se veía el bebé en su vientre. Se titulaba “Anatomía básica para feministas”, abajo una flecha apuntaba a la cabeza de la madre señalando “Este es tu cuerpo”, y otra a la cabeza del bebé que decía “Este no es tu cuerpo”.
“Pues avísenle a mi sistema digestivo” pensé, a mis 17 semanas de embarazo y sufriendo unas agruras tremendas. Mi embarazo ha sido bastante benévolo, sin náuseas, ascos u otros síntomas. Pocos antojos y algunos episodios de llanto incontrolable. Pero cuando eso ocurre, definitivamente son mis ojos los que lloran.
Es mi cuerpo el que ha subido ya algunos kilos. Es mi cuerpo el que se siente cansado y son mis tobillos los que se hinchan en las noches. Es mi vejiga la que, oprimida, me obliga a ir al baño en lapsos inconvenientes. Son mis órganos los que se están reacomodando lentamente para dar cabida a la inquilina, provocándome cólicos esporádicos.
Es mi piel la que se estirará y quedará tatuada por estrías; pocas, si tengo suerte. Son las venas de mis piernas las que comienzan a dejarme “arañitas” que nunca se irán. Es mi cuerpo el que se priva voluntariamente no sólo de alcohol y café, sino de una variedad de tés, bebidas, pescados, quesos, embutidos, entre otras comidas que, hasta hace unos meses, no sabía que las embarazadas no podían comer.
Es mi cuerpo en que se abrirá en dos para dejarla nacer y permitir su vida, con los posibles desgarres y cortes que esto puede significar; y, confieso, la promesa de tal dolor me aterra. Pero asumo las afecciones que mi cuerpo ha tenido y tendrá porque yo sí la quiero tener. Yo la busqué, yo la deseo y sueño con el día en que tenga a mi niña entre mis brazos. Le canto, le hablo y le cuento lo bonito que es el mundo y cuánto la amamos papá y yo.
Así debe ser la maternidad; no un castigo fundamentado en “hubieras” “debiste” y “quién te manda” impuesto por dedos inquisidores que, desde una posición extremadamente cómoda y sin sufrir ninguna afectación personal, sentencian las “malas decisiones” de las “malas mujeres”. Tal brutalidad en el cuerpo no debería ser impuesta bajo ninguna circunstancia. No me puedo imaginar el tener que llevar un embarazo no deseado a término; debe ser una experiencia absolutamente cruel, tanto para la madre como para el feto. ¿Con qué voluntad rechazas una copa de vino? ¿Con qué ganas desinfectas tus manzanas? ¿Con qué aplomo aceptas las alteraciones en tu cuerpo? ¿Cómo le cantas mientras sufres los estragos impuestos? ¿Cómo cuidas de alguien a quien no quieres? ¿Cómo habitas un cuerpo en el que no eres bienvenido? ¿Cómo llegas a un mundo en el que llevas nueve meses siendo una serie de inconvenientes disgustos? Circunstancias bastante fatídicas al tomar en cuenta que, en México, casi la mitad (48.4%) de los embarazos son no deseados.
Karla E. Loranca Ochoa
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