La forma de vigilar el desarrollo del covid-19 nos recuerda cómo se han manejado los grandes problemas de salud pública en México, es decir se desarrollan modelos para estimar “no sólo lo que se ve sino también lo que no se ve”. Para el caso de esta pandemia es funcional porque sería imposible realizar pruebas diagnósticas al 100% de la población.
Sin embargo, en el caso de la desnutrición crónica (talla baja) entre menores de cinco años, que es la forma más común en México y que se presenta generalmente por la falta de acceso a dietas suficientes en cantidad y calidad, su vigilancia se realiza principalmente a través de las encuestas nacionales de salud y nutrición (Ensanut), que tienen un diseño probabilístico que a través de muestras representativas y sin evaluar a todos los preescolares mexicanos, se puede estimar el número de personas que padecen desnutrición crónica en ese grupo de edad.
En la Ensanut 2012 se obtuvo información de más de 13 mil niños y niñas de 0 a 4 años, reportando que 13.6% tenía desnutrición crónica y aplicando factores de expansión se pudo estimar que casi un millón y medio padecía desnutrición. Similar diseño siguió la Ensanut 2016 que incluyó una muestra de mil 993 niños que representaron a casi 11 millones de menores en el país, donde se encontró que uno de cada 10 tenía desnutrición.
Un dato consistente en toda la serie de Ensanut es la mayor prevalencia de desnutrición crónica en localidades rurales de la región sur (27.5%) en comparación con las de la región norte del país (9.8%), y que es mayor en hogares indígenas (24.5%), en hogares de mayores carencias socioeconómicas (17.5%) y hogares con inseguridad alimentaria moderada y severa (15.3%).
Estos datos reflejan un panorama de desigualdad en el estado de nutrición infantil en México y nos hacen reflexionar, por un lado tenemos una enorme capacidad para realizar estudios epidemiológicos complejos; por otro, si bien hemos logrado reducir la desnutrición infantil de forma considerable (de 1988 a 2016 paso de 26.9 a 10%), no hemos desarrollado modelos de atención efectivos que logren reducir las brechas en un indicador tan importante porque hay una relación directa entre la talla longitudinal de las personas y el producto interno bruto de los países.
Sabemos que no es falta de capacidad, ni de recursos económicos, sino más bien de actuar con medidas generalizadas para toda la población. Por ejemplo, el “Quédate en casa”, es un mensaje que puede no aplicar para algunos grupos de población que deben salir todos los días a ganarse el sustento para sus familias.
Para atender la desnutrición pasa lo mismo, se imponen programas que consideran a todos los niños con problemas de obesidad y algunas de las medidas es distribuir desayunos bajos en calorías sin considerar que hay quienes caminan distancias largas para llegar a la escuela y requieren otros alimentos porque incluso, para algunos, puede ser el único alimento que reciban al día.
Ningún gobierno a nivel nacional, estatal o municipal tiene como prioridad potenciar el máximo crecimiento y desarrollo de la población infantil, probablemente porque son proyectos de largo plazo, que no atraen reflectores y no dan votos. En México estamos frente a un choque constante de epidemias: obesidad- diabetes, y hoy nuevamente infección(covid-19)-desnutrición, ¿cuándo vamos a pasar de los modelos complejos, a prevenir y tratar la desnutrición con nombre y apellido?
Marcos Galván
Doctor en Nutrición e investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo