Política

Narciso

  • Me hierve el buche
  • Narciso
  • Teresa Vilis

Los políticos suelen temerle a tres cosas: a la prensa que los contradice, al silencio de sus aliados y al abucheo de la multitud. Este último es el más doloroso porque llega sin anestesia: es la verdad en forma de ruido. La ovación puede organizarse; la rechifla, en cambio, se cocina sola, sin necesidad de tantos condimentos.

El caso de la semana fue ejemplar. Apenas mencionaron al político y el coro estalló: “¡fuera!”, repetido con fuerza y sin micrófono. No fue un murmullo: fue una ola. El hombre se quedó quieto, como se queda un ratón en medio de la sala cuando se percata de que lo tienes en la mira. Su silencio no fue estrategia, fue desconcierto.

La escena tuvo algo de tragicomedia. Mientras algunos levantaban el puño y gritaban con furia, otros miraban alrededor sorprendidos de que la armonía del acto se quebrara de pronto. La política mayor, obligada a salvar la función, pidió respeto. En ese gesto hubo disciplina, pero también compasión: el político se encogió en su asiento y fue protegido por alguien más. El silencio volvió, aunque no en su favor. Volvió por ella.

Después llegó la explicación que intentaba devolverle dignidad: la culpa era de los acarreados. Dijo que llegaron en cien camiones, con viáticos de torta y refresco, y hasta instrucciones de cómo chiflar. El desprecio no era auténtico, era un montaje. Con esa versión borraba la escena incómoda: nadie lo abucheó realmente, solo actores contratados.

El problema es que los alaridos no se borran con historias de logística. Quedan en la memoria colectiva y en los videos que circulan sin ningún control. El berrinche dura más que la rechifla. Lo que se recuerda no es solo la bulla, sino la reacción del político que lo niega.

Lo que en apariencia es un detalle común, un abucheo en medio de un acto de gobierno, se convierte en símbolo. No por la magnitud de la “gritiza”, sino por lo que revela: la incapacidad de aceptar el rechazo. En política, fingir sordera nunca es buena estrategia, porque los reclamos tienden a multiplicarse en el silencio.

Su antecesor conoció ya esa música áspera: se subió a un estrado donde lo recibieron con silbidos y ofensas. El baile se repite. Tarde o temprano, la multitud regresa al político al tamaño real que tiene.

En la política mexicana esa paradoja es constante: se busca el aplauso eterno y se teme al escarnio breve. Narciso se protege en el espejo, pero basta una voz contundente para agrietarlo. No lo eligió la mayoría, lo eligió la fracción suficiente para que la ley lo declarara vencedor. Desde entonces vive convencido de que todos lo quieren, y cada abucheo lo desnuda de esa ilusión.

El pueblo no viaja en camión: viaja en el sonido de su propia voz. Ese sonido, por más que se niegue, lo persigue. Porque el grito dura segundos, pero la memoria del berrinche se queda para siempre. ¡Me hierve el buche!


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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