Política

El Cineforo

  • Me hierve el buche
  • El Cineforo
  • Teresa Vilis

El Cineforo cerró. El aviso fue breve, un “cerrado indefinidamente” que reducía más de treinta años de historia a un adverbio administrativo. El meollo del asunto está en el mensaje que nos dieron a los lugareños amantes del séptimo arte: la falta de espacios donde podamos ver cine fuera de lo que dicta la taquilla, lugares donde se cuestiona lo que somos y lo que podríamos ser.

El Cineforo nunca fue cómodo. Sus asientos angostos, las piernas quedaban atrapadas, el aire tenía olor a encierro. Pero en esa sala contemplamos películas que nos enseñaron a pensar. Nos aburrimos con Tarkovski cuando detenía el tiempo en un charco de agua, vimos a Bergman preguntarle a Dios en voz baja, a Buñuel abrir heridas en la fe. Observamos cómo Varda contaba lo que parecía invisible, o a Cuarón antes de que pisara Hollywood. También vimos cine mexicano independiente, local, hecho con presupuestos mínimos, que retrataba barrios, mujeres, historias borradas de la cartelera comercial.

El Cineforo fue una escuela paralela. Nos enseñó que el cine podía incomodar, que podía ser político y a la vez íntimo. Que podía hacernos salir distintos a como entramos. No era entretenimiento, era educación estética y social. Un espacio incómodo pero indispensable.

Se suele argumentar que hoy hay cientos de salas comerciales o que cualquier persona puede ver Ciudadano Kane desde la comodidad de una taza de baño, con el celular en la mano. Pero no es lo mismo. Porque lo maravilloso del cine no está en ver una obra maestra aislados, sino en compartir la penumbra con desconocidos, en el murmullo previo a que inicie la proyección, en la conversación al salir de la sala. Esa experiencia colectiva es insustituible, y eso fue el Cineforo.

El anuncio del cierre no fue un accidente. Es síntoma de una lógica que mide la cultura en términos de rentabilidad o espectáculo. Se invierte en festivales que duran unos días, que producen titulares, que sirven para la foto. Pero se deja morir lo que forma públicos todo el año. Esa lógica no es neutra: borra lo que no brilla, margina lo que no se ajusta al relato triunfalista, convierte el derecho cultural en un lujo pasajero.

La grandeza del cine no está en la alfombra roja. Está en una sala pequeña donde veinte personas ven la vida de un campesino iraní o una mujer francesa que recoge objetos en la calle y, al salir, saben que algo cambió. Eso se multiplicaba en el Cineforo, porque nos mostraba lo marginal y nos hacía comprender que ahí también había mundo.

Guadalajara presume, como de tantas otras cosas, de ser capital cultural, pero carece de salas como esta. Una ciudad de millones debería tener decenas de Cineforos.

El Cineforo siempre no cerró. Al siguiente día del anuncio de su extinción se dijo que reabriría. Cuatro días duró la pausa. Quizá las reacciones de la comunidad fueron demasiadas.

La lección es clara: no basta un recinto para sostener la diversidad de miradas. Necesitamos muchos. Porque una ciudad que pierde sus espacios incómodos también pierde su posibilidad de transformarse. ¡Me hirvió el buche!.. pero, un día después, me “deshirvió”.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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