Ahora que fumo solo dos cigarros al día —o por noche— es más fácil distinguirlos. El primero es nervioso, distraído, sirve únicamente para empezar. El segundo, en el patio o a resguardo en el pasillo cuando llueve, tiene su propio tiempo: concentrado, quizá lírico si lanzo el humo hacia arriba viendo en qué fase va la luna, o reflexivo si expulso el humo en línea recta y lo observo mientras se dispersa como una sombra insostenible por falta de luz. Suelo combinar ruidos con las palabras más recientes. Una ardilla es una rata cuando recorre la cornisa tras la yedra y yo zapateo para asustarla sin tomar en cuenta que podría caerse el cenicero que sostengo en las piernas y entonces dejaría de pensar en la frase que acabo de leer: “azul es el color de la mente”. Aunque yo diría que adentro mi superficie es blanca y negra y los colores se ponen desde afuera. O que es un andamio sobre una fachada siempre en reparación o un cuarto que se vacía o se llena según las circunstancias. También añadiría que estoy alterando los hechos. Mientras anotaba la frase, que proviene de On Being Blue de William H. Gass, sonó varias veces el teléfono. Cuando por fin lo contesté una mujer me dijo que había encontrado a mi perro Jack. Le aclaré que no tengo perro y ella insistió pues aquí está la placa con sus datos. Le repetí en mi casa no hay perro. Ella se indignó y gritó ¡vieja grosera! antes de colgarme. Retomé mi lectura: “azul… es el color en que se convierte la conciencia cuando uno la acaricia”; “no la lengua que toca la punta genital sino la idea de la lengua”. Verga –“cock”– irrumpe en la página dos y reaparece con diversos sinónimos a lo largo del libro. “Lo sexual en casi cualquier obra” –admite Gass– “rompe la forma; hay un desacomodo inmediato, se pierde la proporción de los acontecimientos”. La distancia entre el azul y los rincones del cuerpo tiende a ser gris. Tronco por leño, palo por vara hasta llegar a los últimos residuos de una metáfora que propone amapolas y pájaros tiesos. La descripción verbal, frote tras frote, de la cópula, según Gass, es tan absurda como el recuento de cada mordida a un ala de pollo. Sorprende la equivalencia. En mi lista de azules no existen aún los pellejos ni las plumas. Irán llegando, supongo, con mi colección de citas. En Bluets Maggie Nelson menciona el cianómetro que inventó Bénédict de Saussure en 1789 para medir el azul del cielo. En la página siete de su libro escribe: “Fuimos a coger al Hotel Chelsea”. Es la historia de un amor y la historia de un color. “El azul no tiene mente”. Nelson descarta a Gass; se burla de la guitarra azul del poema de Wallace Stevens y de “las cosas como son”. En la página setenta y dos habla de “el latido de una pucha de veras urgida de coger”. Luego discute el término pharmakon y sus derivaciones en Derrida y otros autores. “Habría preferido tenerte a mi lado que todo el azul del mundo”. Creo que Jack y yo somos el mismo perro perdido por otra persona en otra latitud.
Matices
- En el banquillo
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Tedi López Mills
Ciudad de México /