El reciente acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás marca un momento signifcativo en la historia reciente del conficto en la Franja de Gaza. Después de 15 meses de hostilidades que dejaron miles de muertos, en su mayoría palestinos, y una devastación incalculable, este pacto, mediado por Qatar, Egipto y Estados Unidos, representa una esperanza frágil pero crucial para reducir el sufrimiento humano en la región. Sin embargo, la naturaleza desigual de este acuerdo plantea preguntas sobre la voluntad real de la comunidad internacional para abordar la ocupación y el bloqueo que sufren los palestinos.
El acuerdo establece un cese de hostilidades dividido en tres fases. En la primera, Hamás liberará a 33 rehenes israelíes, priorizando a mujeres, niños, ancianos y personas enfermas, mientras que Israel liberará a 30 prisioneros palestinos por cada rehén liberado. Aunque esta acción podría interpretarse como un avance, también refeja la desproporción de poder entre las partes. Además, se prevé la retirada parcial de las fuerzas israelíes del área de Rafah en Gaza, aunque no hay garantías de que esta medida sea duradera ni signifcativa.
La segunda fase contempla una extensión de la calma, con más liberaciones de rehenes y prisioneros, junto con la negociación para la retirada del ejército israelí de otras zonas de Gaza. Finalmente, en la tercera fase, se implementará un plan de reconstrucción para Gaza con el apoyo de la Autoridad Palestina y la ONU, y se intercambiarán los cuerpos de los fallecidos. Sin embargo, las experiencias pasadas sugieren que este tipo de compromisos frecuentemente quedan en el papel. Estados Unidos desempeñó un papel clave en la negociación de este acuerdo, pero no sin sus matices.
Bajo la administración saliente de Joe Biden, se intensifcaron los esfuerzos diplomáticos para alcanzar una tregua, aunque muchos analistas consideran que su enfoque ha sido tímido y condicionado por su estrecha relación con Israel. Biden, quien declaró que este alto el fuego estaba cerca, se ha mantenido cauto a la hora de criticar las acciones israelíes, lo que ha generado desconfanza entre los palestinos. Por otro lado, Donald Trump, quien asumirá la presidencia en enero de 2025, ha califcado el acuerdo como "épico" y ha demostrado en el pasado una disposición más audaz para desafar el status quo en la región. Su enfoque pragmático, aunque controvertido, podría ofrecer una oportunidad para redefnir el papel de Estados Unidos como mediador si decide equilibrar sus intereses con un compromiso genuino hacia los derechos palestinos.
Este acuerdo también enfrenta críticas y desafíos internos. En Israel, sectores ultranacionalistas del gobierno han expresado su descontento, califcando el pacto como una concesión desmedida a Hamás, lo que podría obstaculizar su implementación. Del lado palestino, persisten las dudas sobre la capacidad de la comunidad internacional para garantizar el fn del bloqueo en Gaza y mejorar las condiciones de vida de su población. Este escepticismo no es infundado: la Franja de Gaza sigue siendo un ejemplo palpable de negligencia global, con el 80% de su población dependiendo de la ayuda humanitaria y un desempleo que supera el 50%. Los gestos simbólicos no pueden ocultar el hecho de que las políticas de ocupación y colonización continúan sin control
El futuro del acuerdo también dependerá de la voluntad de las partes para evitar que terceros actores desestabilicen la tregua. Irán, que apoya a Hamás, y otros grupos militantes en la región podrían infuir en el resultado de este proceso. Por otro lado, la participación activa de actores como Qatar y Egipto será esencial para supervisar el cumplimiento del acuerdo y garantizar que las medidas de reconstrucción y desescalada se implementen de manera efectiva. Estados Unidos, si desea mantener su papel de liderazgo, deberá adoptar una postura más equilibrada que reconozca las demandas legítimas del pueblo palestino.
En conclusión, este acuerdo de alto el fuego representa un paso importante hacia la desescalada del conficto, pero también es un recordatorio de los desafíos que enfrenta la paz en una región marcada por décadas de violencia y desconfanza. Su éxito dependerá de la capacidad de las partes para cumplir sus compromisos y de la presión internacional para abordar las causas subyacentes del conficto. Mientras tanto, millones de personas en Gaza e Israel esperan que este acuerdo sea el inicio de un camino hacia una paz duradera, y no simplemente una pausa en un ciclo interminable de sufrimiento.