No me reclamen a mí. Fue idea de la comediante Amy Schumer, y fueron los organizadores de la ceremonia quienes dijeron que no. Ayer ya lo decíamos, la gente no necesariamente quiere su política entrelazada con su entretenimiento, pero al elegir a las conductoras Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall, pues eso ya se fue por la ventana.
Las tres son brillantes y ácidas en su humor. Sin embargo, hasta quienes tenemos una fijación con el valiente presidente de Ucrania, sentiríamos raro verlo enlazarse, aunque fuera truqueado, desde una guerra activa y devastadora, a lo que puede ser reconocido como uno de los eventos más frívolos del mundo (no hablo de las cintas, sino del glam y los juegos de fama).
Pero en algo tiene razón Schumer: es una plataforma en la que el mundo entero (menos Rusia este año, suponemos) se entera de lo que está pasando. Y si bien en Estados Unidos hay mucha cobertura y claridad, incluso la casi inaudita coincidencia entre los partidos políticos, en gran parte del planeta las versiones son según las distintas maquinarias de propaganda. ¿Usar el Oscar para explicar la situación geopolítica y las implicaciones devastadoras para la humanidad? Pues, valdría la pena. Si es que eso pudiera funcionar. Pero no cuando cada segundo está contado y de pronto, no sé, de vez en cuando hay que hablar de cine, ¿no creen?
Sin duda, el termómetro de la cultura popular tiene injerencia en la ceremonia. Sobre todo ahora que también con ella se celebra (y ojalá nos dure) la reapertura del mundo. Los productores quieren alegría. Mensajes positivos. Y pues la guerra no es eso. Trágicamente lo que la guerra sí es, es que es verdadera. ¿Prioridades?
@susana.moscatel