Resulta extraño y curioso saber que los mismos que hacemos purgas de Facebook —porque estamos hartos de esa persona que se queja, o porque nos alejamos de personas que queríamos, ya que nos hacen daño— no hayamos librado igual de bien la enferma relación creada con personajes de la farándula que solo dicen un horror tras otro, operando bajo el lema: “No hay publicidad mala”.
Hemos podido mudarnos de plataformas, hogares y hasta de países por la toxicidad de la gente cercana, pero que no paren esos clics de lo que muchos llaman “la fuente del espectáculo”.
Es momento de empezar a desmarcar una cosa de otra. ¿En qué mundo, por ejemplo, debe convivir en el mismo espacio una obra maestra del teatro con el berrinche callejero más reciente de Alfredo Adame?
Entiendo que el señor Andrés García ha vuelto a los titulares por su estado de salud, y lo siento mucho, pero qué razón hay para que eso nos dé pie de publicar y compartir los horrores que dice de su propia hija, sus eternos comentarios de hombre macho controlador e incluso que a varios les haya causado gracia que hace unos meses presumió ser impune a cualquier cosa o amistades nada decorosas.
Así, uno tras otro. Y luego se nos hace normal que algunos empresarios se den la divertida de la vida al responder como pocos en Twitter. Para cuando este discurso llega a la política ya ni nos dimos cuenta que estamos en una relación tóxica con la vida digital que nos rodea. Los tóxicos se la están pasando a toda madre, pero nosotros, ¿por qué no hemos aprendido a romper ese ciclo? (No se vale solo culpar al algoritmo, tenemos libre albedrío).
@susana.moscatel