Regresa uno de los personajes consentidos de la literatura infantil a la pantalla grande, y estos días de corrección política teníamos mucha curiosidad de saber cómo será tratado. Hablo de Willy Wonka, el chocolatero creado por Roald Dahl en su historia original de 1964 conocida como Charlie y la fábrica de chocolate. Sí, esa que tantos hemos visto en su primera versión fílmica con Gene Wilder, y que a principios de siglo fue retomada por Tim Burton y Johnny Depp, creando una versión demasiado parecida a Michael Jackson del personaje.
Ahora es Timothy Chamelet quien interpreta al personaje en una secuela que tiene toda la magia, pero carece de la tan necesaria maldad que destacan a los cuentos. Él es encantador en esta precuela. Tal vez demasiado. Porque si algo nos queda claro a los fans originales es que Willy Wonka era aterrador antes de parecer Michael Jackson. Era cruel y cortante con los niños malcriados. Está en las paginas y está en las interpretaciones originales del chocolatero alquímico. Y esa oscuridad, esa falta de condescendencia que usualmente recibían los niños desde el siglo pasado, es en gran parte su magia.
Dahl no es un personaje fácil. Sus opiniones políticas son controvertidas. Sus personajes, como los Ooompa Loompa, eran ya muy problemáticos en su creación. Demasiado para el cine de los 70. No duden que alguien gritará que la historia de “origen” que cuentan es incongruente con las páginas originales. No podemos depurar tanto las historias originales, pero ya ven a qué extremo nos ha llevado ese revisionismo de la ficción.