No quisiera cerrar el año con esta reflexión, pero sin duda y tristemente debemos ir a donde está la información, y el veredicto contra Ghislane Maxwell, la pareja del difunto violador y traficante de sexo Jeffrey Epstein, obliga a ver el caso más de cerca, no importa la fecha.
No es ni de lejos la primera vez que vemos este tipo de fenómeno. Tan fácil referirnos a lo que ocurrió con el clan Sergio Andrade en su momento. Pero el caso Epstein nos hace darnos cuenta de que la responsabilidad definitivamente cae en todos, y que proclamar amor por un monstruo no te hace menos culpable de ayudarlo a perpetrar sus horrores.
El trafico sexual no tiene atenuantes por lo cual es aún más espantoso saber que hay mujeres que trafican o se benefician con la tragedia de otras mujeres, menores de edad en su mayoría en este caso. Maxwell fue, ya formalmente y ante los ojos de la ley, una de las grandes razones por las que el cobarde de Epstein pudo hacer lo que hizo en los círculos más altos de la sociedad mundial. Eso tampoco debe pasar desapercibido.
Justo estos días, ya libre de las notas sensacionalistas que rebotaron a partir del libro de la periodista, Anabel Fernández, Emma Coronel y las mujeres del narco, pude leer con calma la investigación y honestamente me quedé fría. Si bien todas las mencionadas en las notas no son necesariamente cómplices de la trágica situación que es el crimen organizado, en muchos casos solo gozar de sus ganancias es lo suficientemente grave. Ser cómplices, incluso pasivas, de lo peor que hay en la humanidad casi siempre es una elección. Que todo esto sirva para que nadie la tome como la buena.
@susana.moscatel