La hermana menor de Michael Jackson sabe de controversias y además está en todo su derecho a tener la postura política que quiera, como cualquier ciudadano de un país democrático. Pero como seguido es necesario acotar, a lo que no tiene derecho, ni ella ni nadie, es a tener sus propias verdades sobre los demás.
“Me dijeron que ella no es negra. Es de la India —dijo Janet el pasado fin de semana sobre la candidata a la presidencia de EU, Kamala Harris—. Y su papá es blanco, eso es lo que escuché”. Dijo a modo de aseveración contundente. Como si no estuviera repitiendo especulaciones del mismo Trump, y como si no fuera esa una forma de descalificar a alguien por tener una auténtica identidad.
Al día siguiente ya había un comunicado por parte de alguien de su equipo ofreciendo disculpas. Kamala Harris es hija de un hombre negro jamaiquino-estadunidense; su madre nació en India. El comunicado fue firmado por un miembro de su equipo llamado Mo Elmasri. Un rato después se desmintió. Más desinformación.
Lo grave del asunto es pensar lo subjetiva y, sobre todo, vulnerable que resulta la realidad ante un: “es que me dijeron” o “lo leí en WhatsApp” en tiempos en los que la desinformación también es poder para los que la lanzan como herramienta política, y aquellos que quieran creer lo que se les antoje tienen de dónde escoger.
Nada de lo que sepamos es suficiente argumento ante la testarudez del “pues yo lo oí en algún lado y con eso tengo, porque eso quiero que sea la verdad”. Y esto es con una mujer que ha vivido en los reflectores desde que nació. Que sabe el poder de que la demeriten a escala mundial por las acciones de otros (Justin Timberlake) y a quien lo monumental del momento le pasa de noche.
Todos hemos sido las “tías o los tíos” del WhatsApp, pero nunca había sido tan peligroso creer lo que nos mandan.
