Platicando hace algunos días con la gran actriz Rosa María Bianchi, en los Premios Platino en Madrid por su nominación por la serie Monarca, hablamos de cómo la industria audiovisual, a través las pantallas, y la teatral habían cambiado con los tiempos. Ella tiene el privilegio de poder decir que tiene el eslogan que más recuerdan varias generaciones, a principios de los 90, cuando a teatro se refiere: “Entre mujeres podemos destruirnos, pero jamás nos haremos daño”.
Cuando, en broma, le sugerí que buscáramos hacer una adaptación más acorde a la sororidad que buscamos las mujeres de hoy me miró con duda. Y luego me dejó claro que, por más entrañables recuerdos que tengamos de esa puesta en escena, es algo que ya no aplica y hay que ver hacia adelante.
Lo que en realidad yo no recordaba, y espero que haya sido el caso para muchos, es que esa misma obra, que alguien en algún momento de gloria tuvo el desvarío de cambiarle en nombre a Brujas en Argentina, tuvo una breve reaparición en nuestros escenarios mexicanos antes de la pandemia.
La obra, por cierto, fue escrita por un dramaturgo hombre, español, quien encontraba en la posibilidad de una relación lésbica todo un detonador para la intriga. La puesta en escena incluso fue laureada por algunas actrices como parte de la “moda” de la liberación femenina, hágame usted el favor. Que razón tiene la gran Bianchi, a lo que sigue.
Susana MoscatelTwitter: @susana.moscatel