Creo que mentí al escribir que leería la autobiografía del príncipe Harry “para que tú no tuvieras que hacerlo”. Eso escribí y me pareció, creo que sin pensarlo por más de unos tres segundos, una digna justificación para aventarme el libro. Mi labor profesional. Patrañas. Lo admito ahora. Pero la vida me castigó al tener, por bocona, que aventarme 80% del libro, que al menos funcionó como somnífero. Ah, es que tampoco lo leí, lo escuché. Amo los audiolibros pero el primer error fue pensar que el mismo autor sabía hacer locución.
Una vez terminadas mis autorrecriminaciones, les cuento lo que me llamó la atención de las 15 horas con 39 minutos que le dediqué, varias de ellas entre sueños, a esta triste historia de publirrelacionistas malditos, gente que debe urgentemente ir a terapia y, sobre todo, cosas que absolutamente todos ya sabíamos, aunque fuera solo por las mil entrevistas que dio antes de este lanzamiento.
Conclusión: Harry cree que los estadunidenses se saben divertir mucho porque tienen tequila. Las 25 personas que mató en Afganistán no le provocan orgullo, pero tampoco arrepentimientos (sus compañeros del ejército seguro quieren que se arrepienta por describir cosas que no debería saber el enemigo). Camila sí es la madrastra del infierno que todos imaginábamos. El actual y el próximo rey de Gran Bretaña son bastante manipulables y, por último, la prensa inglesa es una mierda. Los demás no nos salvamos del todo.
Una vez dicho esto, la verdad siento que tenía todo el derecho del mundo a contar su historia en su propia voz. Y ahora, como ciudadano normal del mundo, a darle, porque esta historia ya se acabó de contar por ahora.
Twitter: @susana.moscatel
