Su hijo Kiefer lo dijo mejor que nadie: “Personalmente creo que fue uno de los actores más importantes en la historia del cine. Nunca lo intimidó un rol, bueno, malo o feo. Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba. Nadie puede pedir más”. Así fue como el también actor anunció la despedida de su padre; es de esos mensajes que te dan tristeza y luego generan una sensación de extraña belleza. ¿Qué más podemos desear en la vida que lo que se describió ahí? ¿Inspirar, entretener, conmover? Todo eso lo hizo Donald Sutherland.
Sé que hay toda una generación que lo identifica con Los juegos del hambre y hacen bien. Cuando él mismo se propuso para interpretar al presidente Snow, el personaje solo tenía una que otra línea. Cuando vieron a quién tendrían interpretándolo crearon escenas para no desperdiciar el tamaño de talento, la intensidad que le prestaría al rol y el hecho de tener esa fuerza de vida al servicio de las historias.
Soy de la generación que creció con M.A.S.H., una de las más grandes comedias en la historia de la tele que contrastaba con los horrores de la guerra. Este fue un hombre que trabajó con Fellini y con Roland Emerich. Hizo Los Simpson y Epidemia (que revivió en la pandemia).
No hay manera de describir una trayectoria tan amplia, diversa y siempre interesante por más tiempo y espacio que tuviéramos.
Así que me limito a mencionar solo algunas de mis cintas favoritas que él hizo aún mejores, porque son demasiadas para no omitir alguna que ustedes también llevan en el corazón. Por ahora, en homenaje a Donald Sutherland volveré a ver Ordinary People (1980), Forsaken (2015), El gran robo al tren (1978), Doce del Patíbulo (1967) y, ¿por qué demonios no?, Animal House (1978). Es el mejor homenaje, una sacudida a las emociones y una caricia al alma, de saber de una vida, como dijo Kiefer: “Muy bien vivida”.
