Hay ciertas películas que consideramos muy propias. Casi personales. Y un día volteas y te das cuenta de que eres parte de un mar de personas que no solo la aman por igual, sino que miden distintas etapas de su vida respecto a quiénes eran cuando vieron la cinta por primera vez y en quién se han convertido ahora que esta regresa de algún modo u otro. Resulta que Beetlejuice es uno de esos títulos.
Coincidió, además, que México fue el inicio de la gira de promoción de la secuela, 30 años después, precisamente la última de tres semanas que el musical Beetlejuice se presenta en la CdMx también. Por uno u otro motivo la ciudad entera está tapizada con el título; los fans se han dejado ir por todos lados.
No es broma que el estreno del musical (es la compañía de gira en inglés) sonaba a concierto de rock con los gritos de los fans; al preguntarle a algunos de los seguidores de Burton y de Michael Keaton afuera de las actividades de prensa lo que significaba esto para ellos, les juro que me dieron respuestas más emotivas que los fans de los Avengers y Star Wars juntos.
Es que oscuridad palpable, triste y tan divertida de los personajes de Beetlejuice hacen juego perfecto con nuestro caos interno. Lo platiqué con varios fans, el elenco de la obra y pronto con los de la cinta; ayuda un poco a entender que no hay pérdidas absolutas.
Todo esto a partir de la risa y la exageración de lo grotesco, la fórmula es perfecta para conectar, y resulta que no es un tema generacional como pensábamos los que fuimos el público inicial de la historia del demonio exacerbado, es algo que podemos compartir perfectamente como fenómeno social y sí, con un fandom que ya deja claro que pase lo que pase los personajes son y siempre serán de culto.