¿Qué les puedo decir de la oscuridad? Habita la calle de Liverpool en la colonia Juárez, se cuela en los corazones o la corteza cerebral hasta dejar agotadas a las personas de tanto silencio. Sí, estuviste sentado frente a mí en ese café de chinos, hablamos de asesinos seriales, un tema turbio, después me hablaste de ese tú que ya no existe. Eres otro. Somos otros.
Todo es confuso esta noche mientras escucho sonidos ahogados de sitios cuyas luces se quedaron apagadas en esta calle, ¿qué te parece la rememoración? Cuéntame. A veces recuerdo muy bien a qué hueles, a qué sabes, la otra mañana recordé esa primera mirada en la que nos asomamos a un abismo juntos y también esa otra mirada que fue como un jardín apacible. En días terribles llego a pensar que todo aquello que mi memoria se empeña en traducir al presente es tan sólo un recuerdo que invento para sobrevivir.
Charles B. Waite sabía de estas cosas de la luz del recuerdo entrando por la oscuridad del diafragma, del negro imposible que es a veces el recuerdo, lo sabe porque era fotógrafo.
En esta calle en su cruce con Berlín existió la casa de Francisco Ignacio Madero, era el año 1913 en la entonces llamada Colonia del Paseo cuando las granadas de un pueblo enfurecido hicieron explotar toda la pólvora que guardaban ahí.
Existe una fotografía de Charles de la casa, también disparó una de los cuerpos inertes de Madero y Pino Suárez en el traspatio de la penitenciaria de Lecumberri en el mismo año.
Las cartas de Madero de sus tiempos de estudiante en Europa son emotivas. Invirtió en la uva ¿les suena Casa Madero?, ¿por qué les hablo de él? Simple, porque gracias a su abuelo Evaristo Madero Elizondo —que financió experimentos de Thomas Alva Edison—, el hermoso pueblo de Parras en Coahuila atestiguó la construcción de una planta hidroeléctrica, se encendieron las primeras luces artificiales en México: la luz de esta ciudad y de tantas otras viene del NORTE.
Siempre que camino por la Juárez me preguntó lo que pensaría Madero cuando salió del Castillo de Chapultepec rumbo a Palacio Nacional antes de que la turba enardecida tomara las calles, ¿qué pensarían todas esas personas al ver los cadáveres? Se podría escribir una novela extensa y vibrante sobre La Decena Trágica.
El piso está mojado, empezaron las lluvias furiosas. Avanzo en la noche, atrás quedaron los restaurantes coreanos con parrillas ardientes cocinando el presente. Veo a todas esas personas hablando, sonriendo, ¿en algo nos parecemos?...es probable.
Nos salvamos del olvido, nos salvamos de su muerte, nos salvamos de su nada y la enajenación voraz atascada de rencor. Cuando te fuiste del café de chinos te escribí esto: “Feliz cumpleaños, te regalo la lluvia, celebro tu vida por encima de la vida de Chopin o cualquier músico muerto o vivo, si te vas antes pondré tu corazón en un frasco con formol en mi vitrina de copas y vasos, si me voy antes toca un réquiem, echa gin sobre mi tumba en Garibaldi”.