
En este año 2024 concluye el Decenio Internacional para los Afrodescendientes al que convocó la ONU, bajo la proclama del derecho al reconocimiento, el acceso a la justicia y su participación en el desarrollo. Los afrodescendientes son artífices, en México y en otras regiones del mundo, de grandes gestas heroicas que dieron lugar a la formación de los países como hoy los conocemos. De hecho, los afrodescendientes son pueblos originarios en Brasil, Cuba o México, pues habitaron estos territorios mucho antes de la conformación de los Estados nacionales.
La dureza de las condiciones de vida que enfrentaron bajo la esclavitud los invisibilizó por cientos de años y los sujetó a una situación de discriminación estructural que los puso al margen del desarrollo y la inclusión social, condenando a grandes sectores de la población afrodescendiente a la pobreza. Porque los afromexicanos, a pesar de ser una población muy amplia, no gozaban siquiera de un reconocimiento similar al que tenían los indígenas, quienes también viven en situación de pobreza. La historia de los pueblos indígenas afortunadamente es muy conocida, pero la de los pueblos afrodescendientes de México no.
Esto fue lo que aprendí en mi natal estado de Oaxaca, una entidad que, como Guerrero y Veracruz, es habitada por grandes comunidades de afromexicanos, cuya forma de vida, cultura y costumbres hemos adoptado a lo largo del tiempo como propias por quienes vivimos en estas regiones, y donde decir negra o negro no es necesariamente peyorativo, sino una forma de referirse a otras personas, como lo hacemos con los chatos o los güeros. Es la confianza que se da entre paisanos. Eso es lo que aprendí desde pequeña y que más tarde conocería con mayor detalle, cuando comencé a participar en los encuentros de los pueblos negros. Su cultura y su música también fueron motivo de mi interés y llevé a cabo trabajos de antropología musical para conocer más en detalle sus expresiones identitarias.
Más tarde, cuando llegué al Senado de la República, la primera propuesta legislativa que presenté fue precisamente el reconocimiento constitucional de los pueblos y comunidades afromexicanas como parte de la composición pluricultural del país. Una vez publicada dicha reforma constitucional, nos dimos a la tarea de promover las acciones legislativas correspondientes para sacarlos de la invisibilidad y acercarlos al conjunto de derechos accesibles a cualquier mexicano. Fue así que se reformaron alrededor de 50 leyes con la finalidad de promover el acceso a la salud, el desarrollo social, la no discriminación y el acceso a la justicia para los afromexicanos. Todas ellas se han publicado en el Diario Oficial de la Federación y hoy son una realidad jurídica para ellos.
Ciertamente hace falta mucho todavía para evitar que a los negros de la Costa Chica se les haga cantar el himno nacional para determinar si son o no migrantes centroamericanos. Hace falta mucho para garantizar el bienestar de las comunidades en Guerrero, Oaxaca y Veracruz y para que se desarrolle una política pública específica para la población afrodescendiente que llegue a todos los rincones del país en donde habitan. Pero, al menos en el Decenio Internacional para los Afrodescendientes, en México se avanzó en el reconocimiento para las afromexicanas y afromexicanos y se sentaron bases jurídicas para su acceso a la justicia, el desarrollo e inclusión social. Su historia de resistencia y creatividad cultural amerita la inscripción en el Muro de Honor del Senado de la República de la leyenda: “A 500 años, los Pueblos Indígenas y Afromexicanos son el Sustento Pluricultural de la Nación”.
¡Nunca más un México sin afromexicanos!