El hecho es innegable: hay quienes en México no quieren a la Policía, como institución del Estado mexicano.
Durante una década, vestí un uniforme de policía cinco días a la semana. Fuera de mi burbuja personal, en donde mis grados, cursos y condecoraciones eran bien vistos, llegué a sentir que mi presencia en la armadura azul llegó a incomodar a algunas personas, incluso al grado de cambiarse de lugar en algún sitio público.
Tras años de intentar comprender el sentimiento de rechazo hacia las y los policías, llegué a la conclusión que se debe a tres causas específicas: una mala experiencia, no la conocen o se trata de delincuentes.
En el caso de quienes vivieron una mala experiencia en el contacto policía-ciudadanía, las vivencias pueden ser tan variadas como compleja es la naturaleza humana: un policía que pidió “mordida”, un uso excesivo de la fuerza, un abuso de autoridad e incluso un acto de omisión, por citar ejemplos. Y las malas opiniones, al igual que las malas noticias, también corren solas, por lo que familiares y amistades de la persona afectada probablemente también sentirá desconfianza o rechazo hacia la Policía por la referencia recibida. Del mal actuar de un solo integrante, se califica a una o incluso varias corporaciones, en todos sus niveles.
Para el segundo caso, quienes no conocen a la Policía, se cumple aquella expresión que refiere que no se puede amar lo que no se conoce, y agregaría que tampoco se le puede respetar, proteger y preservar. Desde el desconocimiento, la indiferencia o la ignorancia, se crea una barrera que hace imposible conocer las bondades de las instituciones policiales y el servicio que prestan a la ciudadanía. Tampoco se puede comprender el significado de la vocación policial, las historias de éxito que a diario se logran, así como que el trabajo de la Policía es el que evita situaciones de riesgo, desde su labor preventiva.
Finalmente, a la (buena y pura) Policía, no la quieren los delincuentes. Y así debe de ser. Quien transgrede la ley no debe tener simpatía o afecto por la institución encargada de hacer cumplir precisamente las leyes. No debe encontrar en las y los policías a sus aliados. Para los delincuentes la sola presencia de la Policía debe ser un hecho que les incomode, que los limite, que los disuada; su actuar debe ser temido, no por su brutalidad, sino porque es infalible.
¿Cuál será entonces la razón para debilitar a la Policía en México?
En lo nacional, se trata de una reconstrucción que llevará muchos años. En lo local, hay una luz de esperanza por parte de los gobiernos que han entendido la necesidad de construir desde lo local, de conocer a la Policía y por supuesto, de quererla.
Sophia Huett