Primero fue un compañero de clase, luego la amenaza fue el maestro y un trabajador de la escuela. Pasó el tiempo y la amenaza para Elena fue entonces un compañero de trabajo, luego fue su jefe y por supuesto, siempre existió el riesgo latente que un desconocido en la calle ejerciera algún tipo de violencia contra ella.
Datos del INEGI que refieren las características de la violencia contra la mujer indica que el 93.6% de las mujeres que experimentaron violencia en la infancia, sufrieron violencia en los demás ámbitos de su vida.
Si atendiéramos lo que las cifras dicen, las mujeres que padecieron violencia en su infancia, parecieran ser más propensas a experimentar violencia a lo largo de su vida en dos o más ámbitos. Es decir, la experiencia se revive una y otra vez, como si no se pudiera salir del ciclo.
En el caso de la violencia sexual, desafortunadamente se repite una situación similar: el 78% de quienes sufrieron violencia sexual en su infancia, la padecieron a lo largo de su vida en distintos ámbitos de su vida.
De los más de 46 millones de mujeres de quienes el INEGI recogió su experiencia, casi el 25% contestaron que durante su infancia, en su familia de origen, atestiguaron violencia física. De esos 11.5 millones de mujeres que vieron golpes al crecer en su hogar, al 7.2 millones también le tocaron “estos correctivos”.
¿Cuál es el efecto que causó a la forma de criar a sus hijas e hijos? Al 46.8% de quienes golpearon, también golpearon y el 30.6% de quienes aunque no les dieran golpes, los vieron en casa, también golpean a sus hijos e hijas.
El 75.1 % de las mujeres contestaron que no atestiguaron violencia en su familia de origen, pero un 22% si la sufrió. De quienes si la sufrieron, el 41.8% si ejercen la violencia contra de sus hijos, mientras que casi el 80% de quienes no sufrieron violencia, solo el 16.2% la ejerce hacia sus hijas o hijos.
Podría sonar muy complejas estas cifras, pero en resumen es, como resultaría lógico, que quien sufre violencia en su infancia, en más del 40% de los casos, la comete cuando se enoja o se desespera en contra de sus hijos o hijas.
Un par de datos más que resultan dolorosos.
La proporción de mujeres que vivió violencia física y/o emocional antes de que cumplieran 15 años es mayor si vive en una ranchería, en un pueblo o comunidad pequeña, si habla una lengua o pertenece a un hogar indígena.
En el caso del abuso sexual en contra de las mujeres en la infancia, es ejercida principalmente por los tíos con un 20.1%, un no familiar (un vecino o conocido) en 16%, por un primo 15.7%, una persona desconocida en 11.5% y un hermano o hermana en 8.4%, entre los actores agresores principales.
Cada uno de estos números, cada uno de estos porcentajes, no son solo registros de casos, sino historias de vida que cambian y se trastocan. Que nunca vuelven a ser las mismas. Que peor aún, se perpetúan.
Las manifestaciones sociales de mujeres enojadas e indignadas son necesarias e indispensables para evidenciar el dolor comunitario que cada uno de los casos, principalmente los mediáticos, nos duelen como género.
Pero algo más debemos y tenemos que hacer para que esta dolorosa realidad cambie, iniciando por analizar lo que ocurrió y ocurre en nuestro propio hogar, así lo que nosotras mismas hemos hecho para perpetuarlo o cortar de tajo ese ciclo de violencia.
No podemos tardarnos.
Sophia Huett