Leymah nació en 1972 y como muchas otras en su comunidad, “la casaron” muy pequeña. De pronto, se vio con cuatro hijos y un matrimonio con violencia. Tras abandonar a su esposo y regresar a casa de sus padres, con tan solo 17 años, la sorprendió la guerra civil.
Tomó la vocación de terapeuta y comenzó a trabajar con niños usados como soldados. Niños que eran drogados, armados y utilizados como máquinas de muerte.
Su trabajo le hizo comprender que un cambio en su país solo podía ocurrir a través de las mujeres y madres. Ella, como muchas más, estaba cansada de la guerra, de huir de la violencia y peor aún, de que sus hijos o hijas fueran violadas o asesinadas.
Muchas habían quedado viudas, sido víctimas de violación sexual o presenciado la agresión a sus hijas. Otras más no pudieron evitar el secuestro de sus hijos para usarlos como soldados.
Leymah Gbowee convocó a un movimiento de paz que poco a poco integró a mujeres que lograron ser una fuerza política y social contra la violencia y la guerra. Primero, aprendieron a rezar juntas, a pesar de la diferencia de religiones. Entendieron que la reconciliación debía empezar por ellas.
Cobraron tal relevancia que lograron que el propio presidente de su país, Liberia, les permitiera ser parte de las conversaciones de paz.
“En el pasado estábamos en silencio, pero después de haber sido asesinadas, violadas, deshumanizadas e infectadas con enfermedades y ver a nuestros y familias destruidas, la guerra nos ha enseñado que el futuro está en decir NO a la violencia y SI A LA PAZ. No cederemos hasta que prevalezca la paz”, fue su manifiesto en pleno 2011.
Lo que inició como una huelga de sexo y grupo de oración, trascendió a ser el movimiento “Mujeres de Liberia Acción Masiva por la Paz”, clave para poner fin a una guerra de 14 años y 13 acuerdos de paz firmados sin efecto. “Los hombres no paran de hacer lo mismo una y otra vez”, reflexionaron las mujeres sudafricanas, quienes en lugar de iniciar un partido de mujeres o una rebelión, optaron por una acción masiva incluyente.
¿Por qué mujeres desarmadas, que habían encontrado su empoderamiento hacía poco, lograron lo que muchos hombres no pudieron alcanzar en más de una década?
Porque al unirse, encontraron su voz y la hicieron fuerte. Cuando las mujeres de Liberia estaban heridas, eran capaces de asimilar su dolor sin contagiarlo, en contraste con los hombres, quienes buscaban venganza y alimentaban el ciclo de la guerra.
Esto no quiere decir que las mujeres por si misma tengan el poder de imponer la paz y los hombres solo busquen la guerra. Significa que las mujeres consiguieron asimilar su dolor sin transmitirlo y los hombres pudieron y quisieron hacerlo hasta que las mujeres los convencieron.
La unión de ambas visiones es lo que pudo traer la paz. Además del voto a las mujeres y la primera mujer presidenta a esta nación sudafricana.
Hay una gran diferencia entre una voz ruidosa y una voz fuerte. La voz ruidosa surge cuando se atienden los intereses propios, de poder, protagonismo o incluso económicos. La voz fuerte está presente, en hombres y mujeres, cuando la causa está conectada con la razón y el sentimiento, con un sentido de bien común.
¿De verdad sabrán las y los jóvenes el dolor que produce el crimen y el propio dolor que ellos causarán a sus familias y sus madres? Posiblemente no.
No se trata de abrazos y no balazos, sino por el contrario. Se trata de promover acciones que empoderen a las mujeres no solo como profesionistas de la seguridad y justicia, sino como reales agentes de cambio para lograr una sociedad segura y con paz.
No solo es detener al “malo” del momento, con una fila de delincuentes esperando su turno, sino de promover la reconciliación social, incluyendo la consciencia del dolor que el crimen provoca.
Si queremos resultados distintos, tomemos acciones y enfoques distintos.
Sophia Huett