En abril del año 2012, junto con un compañero atendía una solicitud de investigación y recolección de información en Tierra Caliente, a petición del Ministerio Público Federal.
Al circular entre los límites de Tepalcatepec, Michoacán y Coalcomán, Jalisco, varias camionetas con hombres encapuchados a bordo, nos alcanzaron y cerraron el paso.
Empuñando armas largas, nos ordenaron bajar del automóvil, pero nos quedamos pasmados hasta que los golpes nos hicieron reaccionar.
Nos desarmaron y quitaron todo lo que llevábamos encima; nos esposaron y vendaron los ojos. Entre golpes, nos decían que nos habíamos “metido a la cueva del lobo” un error que pagaríamos con nuestras vidas.
El miedo me invadió, estaba adolorido y comencé a seguir sus instrucciones. Mi compañero, que había puesto más resistencia, también había sido ya sometido. La agonía comenzaba.
Subimos a un vehículo y viajamos más de una hora entre carretera y terracería. Llegamos a un lugar con mucho eco y un fuerte olor a putrefacción. Nos aventaron sobre un catre de metal, con la advertencia de que si intentábamos huir, nos dispararían.
Todo ese tiempo escuché la voz de al menos cuatro hombres, quienes se comunicaban con otros a través de un radio de banda civil. Creían que formábamos parte de un grupo contrario, a pesar de que les decíamos que éramos policías federales, hasta que lo validaron con nuestras pertenencias.
En un momento de calma, mi compañero les preguntó qué harían con nosotros. La respuesta fue que esperaban la orden de matarnos. Así pasamos nuestra primera noche en cautiverio, recostados espalda con espalda, sin comida o agua. Vencido por el cansancio, dormí unos instantes, confirmando que no se trataba de una pesadilla.
Aún vendado, logré percibir el amanecer, el sonido de las aves y el cantar de los gallos. La sed y el calor comenzaron a ser intolerables. El eco, el olor a putrefacto, así como el miedo a la tortura y la muerte, se intensificaron.
Escuché que a los delincuentes les avisaron que habían llegado vehículos de la Policía Federal a la zona: nos estaban buscando. Se pusieron nerviosos y molestos, por lo que tomaron la decisión de movernos a otro lugar.
Nuevamente viajamos por terracería una hora más, a bordo de la batea de una camioneta, hasta llegar a un cerro, donde los delincuentes prendieron una fogata y fumaban marihuana. Con el amanecer llegó nueva información de nuestra búsqueda continuaba.
Sophia Huett
Extracto del relato del Subinspector Delgadillo, quien fuera integrante de la División de Investigación