En San Francisco del Rincón, Guanajuato, tierra del tenis, capital del sombrero y hasta de Presidentes, durante más de 135 años se han vivido las tradiciones de las iluminaciones.
Es una celebración religiosa en la que la Virgen de la Inmaculada Concepción es recibida por las diferentes colonias, y que aunque inicialmente fue un novenario, se extendió conforme la ciudad creció. Las calles se llenan de faroles de papel y se ofrecen ponche y tamales a propios y extraños, a quienes también se les invita a pasar al hogar. La calle es una verbena, con juegos mecánicos e incluso juegos pirotécnicos.
Más allá de las oraciones propias de la tradición, es un fenómeno comunitario. Para algunos adolescentes, como fue mi caso, había que elegir con cuidado a cuáles pedirías permiso de ir, ya fuera a casa de las amigas o hasta del chavito que te gustaba, en donde seguramente te encontrarías a sus papás. Y la calle era un espacio seguro, porque estábamos todos.
No solo por la pandemia, esta tradición es difícil de mantener. Son cada vez menos las calles y colonias que lo celebran. La ciudadanía fue abandonando poco a poco el espacio público para resguardarse en sus casas. Dirán que es por la economía, por un ritmo más ajetreado, porque se practica menos la religión o porque ya no hay la confianza de abrir nuestros hogares a personas conocidas y menos a extrañas. Y tal vez todos estos argumentos sean válidos.
Pero si vamos más al fondo, podría tratarse de un síntoma de fragmentación social y pérdida de identidad social. En los últimos años, la exclusión social, la inequidad y las nuevas formas de violencia social son signos que nos indican que por más prósperas que sean nuestras ciudades, por más que aumente la población, servicios y haya oportunidades de desarrollo, no siempre hay un proceso integral de mejora para la calidad de vida de la ciudadanía.
La violencia es síntoma de degradación social en un proceso silencioso de ruptura de lazos de integración y comunión social.
¿Cómo se pierde la identidad y el vínculo entre quienes nacieron y crecieron en un mismo territorio al grado de verse como enemigos, como víctima y victimario? Ocurre cuando dejamos de hacer comunidad en nuestras colonias, en nuestra ciudad en incluso con nuestras propias familias.
No todas las soluciones en materia de seguridad y violencia vendrán de acciones policiales, porque siempre serán insuficientes y reactivas cuando la descomposición social fue una bola de nieve que se dejó crecer.
Probablemente haya más diferencias que coincidencias, pero aquello en lo que concordamos, es lo que nos debe unir para que el resentimiento, la desconfianza y la violencia sean desterradas en nuestras comunidades.
Es tiempo de buscar la paz desde el espacio más inmediato de nuestro entorno, haciendo comunidad.
Sophia Huett